Homilía: “La fe encarnada”

VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

Introducción

En este vigésimo cuarto domingo ordinario del ciclo B, la liturgia de la palabra nos ofrece un mensaje alentador. Primeramente, nos dice que Dios viene en ayuda de su pueblo; en segundo lugar, nos ofrece la llave para discernir la auténtica fe que debe estar acompañada por las obras y por último revela la identidad de Jesús expresada por Pedro: “Tú eres el Mesías”.

La primera lectura del libro del Profeta Isaías (Is 50, 5-9a), es un canto del siervo de Yahvé que atraviesa momentos difíciles de angustias y tormentos, sin embargo, Dios viene para ayudarle. “El Señor viene en mi ayuda… y no quedaré defraudado…”, en otras palabras, todo es soportable en aquel que nos conforta; San Pablo dirá: “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4, 13).

El responsorio del salmo 114, canta un compromiso firmado por el salmista “caminaré en presencia del Señor”

La segunda lectura de la carta del Apóstol Santiago (Sant 2, 14-18) advierte que la fe debe ser manifestada en las obras, es decir, la fe y las obras están tan unidas como son las dos caras de una misma moneda. “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?” “Muéstrame, si puedes, tu fe sin obras. Yo en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe”.

El evangelio de san Marcos (Mc 8, 27- 35) manifiesta una excelente pedagogía que Jesús aplica a sus apóstoles haciendo una especie de encuesta sobre la pregunta ¿Quién dice la gente que soy yo? A partir de ésta, extrae lo que la gente piensa de él y fundamentalmente lo que los apóstoles creen que es Él: y ustedes ¿Quién dicen que soy yo?

1- Dios nunca nos abandona

En la catequesis hemos aprendido que Dios es el creador de todas las cosas y Él está en todas partes. Esta afirmación es más que suficiente para comprender que Dios padre misericordioso nunca abandona a su pueblo, aún en los casos más trágicos de la historia como en la época del Profeta Isaías cuando Israel estuvo cautivo en un país extranjero. Dios está en medio de su pueblo para orientar, fortalecer, animar y dar vida en abundancia; Él nunca abandona.

Cuantas veces en la vida cotidiana escuchamos decir: Dios me abandonó, Dios se olvidó de mí, Dios ya no me quiere, o en el peor de los casos: Dios ya no existe, etc… Sin embargo, en ningún momento Dios misericordioso y providente abandona a sus hijos, Él es fiel por su misma naturaleza. La primera lectura que es el canto al Siervo de Yahvé afirma que “el Señor viene en mi ayuda: por eso no quedé confundido”. Para no quedar en el desvarío es necesaria la presencia de Aquel que ilumina y fortalece.

La vida nos depara muchas situaciones inesperadas que obligan atravesar momentos críticos personales, familiares y sociales; en ninguna de las circunstancias podemos dudar de la presencia de Dios. Para aquel que tiene una autentica fe, y busca obrar el bien, todo es útil para un bien mayor.

El relato de la primera lectura nos anima a no bajar la guardia en cuanto a la confianza en nuestra Padre Dios. Él quiere nuestra bien integral y en sentido pleno. Busquemos siempre mantener encendida la conciencia de esa presencia verdadera y cercana de Jesús que nos acompaña cada día de nuestra vida.

Recordemos que Jesús, el día de su ascensión a los cielos ante los apóstoles que tenían la mirada fijada en el cielo, les dijo también que estará con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20).

2- La fe y las obras

Para nunca entender negativamente la fe como fuente de prohibiciones y limitación a la libertad, contemplemos la segunda lectura que nos habla de la fe manifestada en las obras. Dice Santiago: “Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe si no tiene obras? ¿esa fe podrá salvarlo?” Ante esta exigencia de realizar buenas obras, podemos pensar en todos aquellos católicos que tienen grandes responsabilidades en la sociedad debido a su profesión u oficio como médicos, empresarios, autoridades políticas gubernamentales, municipales, etc…

Ya san Pablo en su carta a los Gálatas afirma: “siendo de Cristo Jesús, no importa estar o no circuncidado; lo que cuenta es una fe activa por el amor” (Gál 5, 6). De igual manera, la carta de Santiago enseña que la auténtica fe, exige las buenas obras, requiere producir obras de amor. Si no produce obras, la fe está muerta en sí misma.

Podemos hacer esta pregunta: ¿Cuáles son las obras que exige la fe? En línea general, la Iglesia nos ofrece la fórmula de las obras de misericordia materiales y espirituales; sin embargo, es necesario recordar que el Catecismo de la Iglesia Católica en los numerales 2401 al 2463 al referirse al mandamiento de amor al prójimo, desarrolla más ampliamente aún las obras del amor como fruto de una autentica fe en Dios.

Entre otras cosas al referirse al séptimo mandamiento dice: “El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes. Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común exige el respeto del destino universal de los bienes y del derecho de propiedad privada. La vida cristiana se esfuerza por ordenar a Dios y a la caridad fraterna los bienes de este mundo”. En resumidas cuentas, advierte sobre la necesidad de respetar los bienes ajenos y respetar la integridad de la creación. Si seríamos capaces de asumir como ruta de acción lo propuesto en este documento, el mundo cambiaría en un lugar de convivencia y relaciones armoniosas con Dios, con el prójimo y con todo lo creado.

El mensaje de Santiago corresponde también a la enseñanza de Jesús en el evangelio de hoy. Por la fe estamos llamados a perder nuestra vida por amor, y de este modo obtendremos la verdadera vida, la verdadera alegría y la felicidad eterna.

La fórmula de una fe autentica se plasma a través de las obras de amor al prójimo por amor a Dios. Dios ha establecido una armonía con todo lo creado como anticipo de la morada eterna juntamente con el Padre y todo su santo cortejo celestial.

Conclusión

Si quieres cambiar tu vida, cambia tus deseos decía san Agustín. Pidamos a Dios que el deseo del corazón humano esté iluminado y estimulado por la fe y la caridad.

Muchos seguidores de Jesús han tenido el coraje de perder su propia vida por amor al Señor, y así llegaron a la verdadera alegría y a la felicidad eterna. También nosotros debemos seguir siempre esta orientación, este deseo, con una fe que nos libre cada vez más de nuestro egoísmo y que nos introduzca cada vez más en la vía de la generosidad y del amor.

Por: Pbro. Ángel Collar

Oficina de Comunicación y Prensa, Diócesis de Ciudad del Este