DOMINGO XXII ORDINARIO CICLO B
De lo que aconteció durante la semana podemos mencionar que hemos experimentado muchos incendios forestales que perjudican gravemente la reserva natural del país. Seguramente todos fueron provocados. Lo que no sabemos a ciencia cierta y seguramente no sabremos nunca es si esos incendios fueron provocados con mala intención o por descuido de algunos que sin medir las consecuencias queman algún basural que después desencadenan grandes fuegos hasta el punto de no poder controlarlos. En estas épocas de mucha sequía, siempre las autoridades recomiendan evitar hacer cualquier tipo de fuego debido a su fácil propagación en época de sequía y temperaturas elevadas. Por amor al prójimo, al ecosistema, a la naturaleza, a los bosques que resguardan los animales silvestres, apelamos a la conciencia y responsabilidad evitando todo tipo de incendio.
En este contexto, la liturgia de la palabra nos propone una enseñanza sobre la auténtica vivencia de la ley divina. Esta ley es sinónimo del amor a Dios y al prójimo, es decir, la religión del corazón.
La primera lectura, del libro del Deuteronomio (Dt 4, 1-2.6-8), hace un elogio de la ley y solicita que ésta se practique: “escucha Israel los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica… no añadan ni quiten nada de lo que yo les ordeno”. Obsérvenlo y pongan en práctica.
El Salmo (Sal 14) canta una consulta dirigida al Señor: “Señor, ¿quién habitará en tu Casa?”. La respuesta que sigue consiste en directrices de amor al prójimo practicando la justicia. Entrará en la Casa del Señor aquel que obra rectamente evitando la injusticia, la falsedad, la calumnia, etc…
La segunda lectura, de la carta de Santiago (Sant 1, 17-18.21b.22.27), habla de la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón y de la religiosidad pura vivida en la caridad: “reciban con docilidad la palabra sembrada en ustedes, que es capaz de salvarlos”. “La religiosidad pura consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas…”
El evangelio de san Marcos (Mc 7, 1-8.14-15.21-23) presenta a Jesús hablando no de la ley, sino de las observancias de las tradiciones secundarias criticando duramente a los fariseos considerándolos hipócritas. “Hipócritas, bien profetizó de ustedes Isaías: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto”
1- La ley es un don de Dios
A la luz de la primera lectura, es necesario mencionar que la ley es un regalo de Dios. Por amor, Dios dio a su pueblo la ley como luz que orienta en el camino de la vida para alcanzar la realización plena. La palabra de Dios es un don porque nos facilita una relación más fácil con Él. La segunda lectura de la carta de Santiago nos dice también que la palabra de Dios es la fuente misma de nuestra vida: Dios “nos engendró con el mensaje de la verdad”.
Por tales motivos estamos llamados a poner en práctica el mensaje de Dios. En el antiguo Testamento se insiste una y otra vez en la necesidad de cumplir la ley. Si no se practica la ley, ella no nos sirve para nada. Jesús en el evangelio nos recuerda de manera similar que si no practicamos su palabra seremos como aquel hombre necio que construye su casa sobre arena. El sensato en cambio construye su casa sobre la roca que es Cristo, Palabra de Dios hecha carne; entonces la construcción soporta todo tipo de temporal que atenta contra la casa.
También la segunda lectura nos recuerda la necesidad de vivir la ley, es decir, la palabra de Dios: “Pongan en práctica la palabra y no se contenten sólo con oírla…”.
Sería bueno examinarse cada uno sobre la acogida de la palabra de Dios, sobre la observancia vivencial de la ley suprema que se resume en el amor a Dios y al prójimo.
Recordando los incendios forestales de la semana pasada, creo que por amor, debemos observar con responsabilidad toda ley humana justa que protege y defiende sea la naturaleza, sea el derecho y la dignidad de los más débiles y sobre todo cumplir la ley de Dios.
2. La religión del corazón
El evangelio nos relata una confrontación entre Jesús y los fariseos. Éstos han abusado de su autoridad añadiendo una enorme cantidad de preceptos humanos a la ley de Moisés, los estudiosos enumeran 613 prescripciones. Más de la mitad de estas son prohibiciones. Los fariseos y los escribas critican a los discípulos de Jesús que dejaron de observar el rito de lavarse las manos antes de comer. Jesús critica la exagerada insistencia de los fariseos en las observancias rituales como si lo más importante fuera la observancia de los preceptos de la pureza legal y ritual. Hace notar que ellos observando tanto las tradiciones de los hombres, descuidan el mandamiento de Dios, descuidan la justicia, la misericordia y la fidelidad.
“Cuando se pone la atención en las observancias externas, es inevitable pecar contra la caridad, porque se juzga y se critica a los que no se comportan según la tradición establecida por el hombre”.
Lo importante es observar de la ley de Dios y sus orientaciones. Para Jesús la impureza mayor no está en las inobservancias externas, no es esto lo sustancial; aquello que sale del corazón del hombre es lo que le contamina. La verdadera impureza es la del corazón que puede contaminar a todo el hombre e inducirlo a pecados graves.
Por eso Jesús exige de nosotros una religión de corazón que preste su atención al corazón y no al rito exterior, sino a la pureza del corazón. Una religión pura en intachable a los ojos de Dios, nos lo recuerda la segunda lectura, es aquella que se ocupa de: “cuidar a los huérfanos y las viudas en su necesidades y no dejarse contaminar por el mundo”.
Conclusión:
Dice San Agustín, cuya fiesta era ayer: “Haz lo que puedas y reza por lo que aún no puedes hacer”. Al contemplar la palabra que nos propone la liturgia de hoy, estamos ahora más capacitados para recibir la luz de una fe auténtica que se alimenta del don de la ley y la palabra de Dios. Busquemos siempre cumplir todas las leyes justas, y sobre todo la ley del amor a Dios y al prójimo practicando la verdadera religión que trajo Jesús: la religión del corazón puro. Y si aún tenemos falencias en cumplir, recemos para alcanzar la plenitud de esa ley y esa verdadera religión.
Por: Pbro. Ángel Collar