Homilía: “Firmeza y compromiso cristiano”

DOMINGO XXI ORDINARIO. CICLO B

En este vigésimo primer domingo ordinario del ciclo B, la liturgia de la palabra nos presenta un desafío sobre la firmeza de nuestro compromiso como discípulo de Jesús y al mismo tiempo un duro cuestionamiento sobre la fortaleza y la convicción de nuestra fe en Dios. La primera lectura y el evangelio guardan una sintonía muy profunda sobre estas cuestiones.

La primera lectura del libro de Josué (Jos 24, 1-2a.15-17.18b), habla del compromiso de no abandonar al Señor para seguir otros dioses asumido por el pueblo judío. Josué después de la conquista de la tierra prometida, reúne a todas las tribus de Israel en Siquén y las pone frente a la elección entre servir a Señor o servir a los dioses de los habitantes de Canaán. El pueblo responde: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses!”.

La segunda lectura es de la carta de Pablo dirigida a los cristianos de Éfeso (Ef 5, 21-32) y se refiere a las relaciones en el interior de la familia y en particular de la relación entre marido y mujer: “someteos unos a otros en atención a Cristo… servíos mutuamente por amor…”

El evangelio (Jn 6, 60-69) nos presenta el final del capítulo 6 de san Juan. El discurso de Jesús parece decepcionante a muchos discípulos que no lo aceptan y se echan atrás. Al mismo tiempo esta lectura contiene una bella profesión de fe de parte de Pedro: “Señor ¿a quien vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el consagrado de Dios”.

1- El compromiso cristiano

La mayoría hemos nacido en un contexto sociocultural donde el catolicismo juega un papel preponderante en nuestra identidad y nuestra vivencia en la sociedad. Hemos sido educados en un contexto sociológico en el que la religión católica es un factor importante de socialización.

Desde pequeño hemos adquirido el hábito de rezar y hemos recibido los sacramentos de iniciación cristiana y en algunos casos los otros sacramentos según las necesidades y la etapa de la vida. Quien más quien menos ha recibido el bautismo, la primera comunión y la confirmación. Profesamos ciertas enseñanzas sobre Dios, la Iglesia, los sacramentos, la vida, la muerte y la resurrección. Conocemos determinadas normas éticas que deben regir nuestra vida; que las practiquemos al pie de la letra ya es otra cuestión.

Ciertamente una cosa es nacer en un ambiente católico y seguir por inercia los principios mencionados, y otra cosa muy diferente es hacer nuestros esos valores cristianos y encarnarlos en nuestra vida cuando el ambiente es hostil a las exigencias evangélicas de la justicia, la honestidad, el servicio, el altruismo, la abnegación, una vida ordenada sexualmente, el amor y la honradez. Hay diferencia sustancial entre una fe heredada pasivamente y una fe asumida por convicción. Esto último es lo que nos exigen las lecturas: “si no les parece bien servir al Señor, escojan a quien servir: a los ídolos amorreos o al Señor de los señores”. ¿A quién queremos servir nosotros? ¿Al mundo y a sus ofertas idolátricas de placer, poder y dinero que genera todo tipo de desorden, o al Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo misericordioso y rico en amor?

2. El error de la ambigüedad

Los seres humanos somos profundamente ambiguos, nuestra historia personal es una alternancia entre fidelidad e infidelidad, generosidad y egoísmo, justicia e injusticia, honestidad y deshonestidad, amor y odio, etc. Esta es nuestra condición humana herida por el pecado.

Sin embargo, esta ambigüedad la vencemos en Cristo Jesús que aprendió a obedecer con humildad. En la primera lectura, Josué un líder religioso, le plantea al pueblo tomar una posición clara y que se defina de una vez por todas, si va estar del lado de Dios o del lado de los ídolos amorreos.

Hay personas casadas que quieren conservar su familia y su matrimonio, pero al mismo tiempo juegan peligrosamente con la infidelidad. Existen personas que hablan y hasta enseñan con convicción los principios éticos, pero se creen listos e inteligentes cuando evitan pagar el impuesto o mantener el precio justo de un producto en venta, o llevan una doble contabilidad creyendo que nunca será descubierta y que es la única manera de aumentar la ganancia. Estos ejemplos citados podemos aplicar a cualquiera de los estados de vida, a casados y solteros, a autoridades civiles, políticos y religiosos, etc.

En el evangelio vemos como muchos de los discípulos de Jesús fueron abandonando al maestro debido a la exigencia del seguimiento. A medida que Jesús fue exponiendo las implicancias de su seguimiento, todos aquellos que tenían motivaciones débiles fueron quedando rezagados. Existen personas con una espiritualidad muy “light”, muy débil la cual se derrumba con la primera crisis (sea un fracaso afectivo, la muerte de un familiar o una enfermedad, un fracaso económico, etc.)

Conclusión

Al culminar esta reflexión, y considerando la pregunta que Jesús nos hace en el evangelio: “¿Ustedes también quieren marcharse?”, es conveniente hacer un serio examen de conciencia sobre nuestra firmeza en la fe, y al mismo tiempo en los principios y exigencias del seguimiento a Jesús. Es necesario revisar el lugar de Dios en nuestras vidas, el lugar de los valores evangélicos en nuestro actuar. Que la profesión de fe del apóstol Pedro nos anime: “Señor ¿a quien vamos a ir?, Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el consagrado de Dios”. Esta respuesta nos motiva a tener esa fortaleza en la fe cristiana que nos haga cada vez más firmes. Los compromisos de la fe se deben vivir en todos los ámbitos de la vida.

Por: Pbro. Ángel Collar