Homilía: Solemnidad de la Asunción de la Virgen María al cielo

“A Jesús por María”

La Iglesia hoy, nos invita a centrar la atención sobre la Asunción de la Virgen María al cielo; ella después de su dormición, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria eterna.

El 1° de noviembre de 1950, el venerable Pío XII declaró como dogma de fe la Asunción de la Virgen María. «Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte» (LG 59; Cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950 – Dz 2331-2333)».

La liturgia de la palabra nos propone tres lecturas para ahondar en este misterio de la Asunción.

La primera lectura tomada del libro del Apocalipsis (Ap 11, 19a. 10a-b), nos habla de un gran signo donde aparece una mujer revestida de sol: “Una mujer revestida del sol, con una luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza”.

La segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los cristianos de Corinto (1Cor 15, 20-26), explica que la resurrección sucede según un orden jerárquico determinado.

El evangelio de san Lucas (Lc 1, 39- 56), narra la visitación que culmina con el magníficat en el que la Virgen María expresa sus sentimientos profundos que debe haber tenido también en el gran día de su Asunción.

1- El magníficat: un canto de gratitud

El evangelio nos presenta el magníficat como un canto de gratitud. Es, además, un himno pronunciado por la Virgen María en un contexto de intensa caridad fraterna. Al escuchar la noticia del ángel Gabriel que ella es la madre del Hijo de Dios elegida, se entera también que su prima ya avanzada de edad se encuentra embarazada y ya está en su sexto mes. Por lo tanto, ella necesita que alguien le ayude en los quehaceres de la casa. María motivada por la caridad no duda en ponerse en camino a la casa de la ya anciana Isabel que está encinta de Juan el Bautista.

Además del contexto de caridad, el himno es proclamado como canto de acción de gracias. Isabel siente de lleno la presencia del Espíritu Santo: “cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre; Isabel se llenó del Espíritu Santo”. María advierte en este momento que el Poderoso ha hecho obras grandes en ella, y se llena de inmensa gratitud por la obra divina.

Con seguridad María experimenta la misma alegría y gratitud incluso de una manera más perfecta en el momento de su Asunción: “mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque se ha fijado en la humildad de su esclava y en adelante me felicitarán todas las generaciones”.

Cada año celebramos con alegría la Asunción de María al cielo como un gran privilegio que le es otorgado. Dios no podía permitir la corrupción del sepulcro en la mujer que acogió en el vientre a su Hijo Jesús; reviste su carne de gloria para que así le asista en la salvación de la humanidad.

Su muerte era sólo un breve descanso. Poco después de la dormición de María, Jesús resucitado vino a llevar a su madre en cuerpo y alma para asociarla definitivamente a la gloria en el cielo. Y desde allí, ella continua su obra maternal en sus hijos, los bautizados a favor de toda la Iglesia.

2- La victoria de la Vida

La Tradición y el Magisterio de la Iglesia afirman que la Virgen María preservada de toda mancha desde su concepción, después de culminar su vida terrena, fue asunta al cielo donde está junto a los santos y ángeles de Dios.

La primera lectura nos relata el resplandor de una mujer revestida de sol que tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Evidentemente el texto refleja la figura de la Virgen María que resplandece ante toda la creación. Ella es como el sol que ilumina dando vida ante la oscuridad de la muerte que atenta contra la vida de cada ser humano.

Con una imagen grandiosa está descrita la resplandeciente gloria de María: “mujer revestida de sol, la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas”

San Pablo en la segunda lectura nos revela que la resurrección seguirá un orden. Primero afirma que, “si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida”. Pero cada uno según su turno: la primera resurrección es la de Cristo, después, cuando él vuelva, le seguirán todos los cristianos. Podemos decir que entre los cristianos también está la Virgen María. Pero ella que está asociada estrechamente a la vida, pasión y muerte de su Hijo Jesús merece la preferencia; su asunción expresa esa primacía. Después de la resurrección de Jesús ella es la primera en experimentar la vida plena siendo asunta al cielo en cuerpo y alma.

María aparece como signo del triunfo de Dios porque es el Señor quien la ha protegido contra todo pecado. “Ha llegado la victoria, el poder y el reinado de nuestro Dios y la autoridad de su Mesías”. Todo se cumple ya en la Virgen María. Dios realiza su victoria sobre el pecado y la muerte con la inmaculada concepción y la asunción de la madre de su Hijo Jesús.

Conclusión

Estamos felices por María que no solo fue preservada de la corrupción del pecado, sino también glorificada junto con su Hijo Jesús y junto a Dios. Al mismo tiempo, sabemos que ella está en el cielo también para interceder por nosotros. Ella está en el cielo para acoger nuestras oraciones y hacer que sean escuchadas.

Ella está en el cielo, pero al mismo tiempo está con nosotros asistiéndonos, viene a socorrernos, a curarnos, y nos invita a la conversión. Ella nos da la esperanza de que al final podremos reunirnos con ella en cielo y llegar a la visión de Dios, “a Jesús por María”.