Homilía: Domingo Solemnidad de Pentecostés

“Quien tiene el Espíritu Santo está dentro de la Iglesia que habla las lenguas de todos”

(San Agustín)

La liturgia católica, celebra hoy la Solemnidad de Pentecostés y con ella culmina el tiempo pascual.

La fiesta de Pentecostés pasó por un interesante proceso de evolución en el pueblo de Israel: al principio, fue una fiesta de la cosecha; después se convirtió en la conmemoración de la difusión de los diez mandamientos sobre el monte Sinaí. Para los cristianos, Pentecostés representa la conclusión triunfal del misterio pascual; todo converge hacía el Espíritu Santo. La fiesta celebra la transformación maravillosa que experimentaron los discípulos al recibir el don del Espíritu Santo; de ahí que Pentecostés sea también la fiesta del nacimiento de la Iglesia.

La primera lectura del libro de los Hechos de apóstoles (Hech 2, 1- 11), cuenta el episodio, aquella escena solemne en el que se manifiesta el Espíritu Santo posándose en forma de lengua de fuego sobre cada uno de los discípulos reunidos: “Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos”

El salmo 103 en su responsorio expresa una petición a Dios: “Envía tu Espíritu Señor y repuebla la faz de la tierra”. Dios renueva todo con la fuerza del Espíritu Santo que opera desde el interior de la persona.

La segunda lectura de la carta de Pablo a los Corintios (1Cor 12, 3b-7. 12-13) nos exhorta a tener en cuenta que hay un solo Espíritu. “… Hay diversidad de dones, ministerios y, funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común”. Por consiguiente, la autenticidad de la manifestación del Espíritu Santo pasa necesariamente por la comunión, tanto con Dios como con la Iglesia, Pueblo de Dios peregrino en la tierra.

El evangelio de san Juan (Jn 20, 19- 23) es una de las escenas donde Jesús nos revela el papel del Espíritu Santo en el testimonio cristiano y en la profundización de la vida cristiana: “…exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

1- El Espíritu de la unidad eclesial

El Espíritu tiene la capacidad de dar un fuerte impulso, irresistible, que lleva adelante la realización de la obra de Dios. El Espíritu produce un impulso poderoso y un fuerte dinamismo. Nosotros debemos recibir este impulso en nuestra vida para no quedarnos inmóviles, inactivos o en la pereza espiritual.

Todo dinamismo auténtico, procedente del Espíritu en forma de carismas, servicios o ministerios, cuando actúa lo hace en pos de la comunión buscando siempre todo aquello que une, construye, edifica, santifica. Surge de la fuente de gracia santificante manifestada en la Iglesia en la profesión de una misma fe, los sacramentos y el régimen eclesiástico, y busca siempre vencer todas aquellas realidades y situaciones que destruyen y dispersan el verdadero y único rebaño, o nos alejan de él.

La unidad eclesial que tiene su fuente y dinamismo en el Espíritu Santo, no significa uniformidad, sino más bien un amplio margen de diversidad en carismas, dones y servicios. Sin embargo, esta diversidad se manifiesta en la Iglesia Católica universal a través de la comunión con el Papa, en la Iglesia particular – la diócesis –  en la comunión con el obispo y en una parroquia con el párroco. La comunión entre todos tiene como fuente al Espíritu Santo que se exterioriza a través de la doctrina, los valores y las estructuras a nivel universal, o en Iglesia particular o en las parroquias. Todo grupo y movimiento apostólico deberá estar en sintonía con el pastor inmediato – el párroco y el Obispo – y estos con el Papa. El estar separados de estos canales de comunión no es buen signo y probablemente no viene del Espíritu Santo quien buscará siempre la unidad, sino más bien procederá de otro espíritu que busca la división, la dispersión y la confusión.

2- Pentecostés en la Iglesia

Desde el comienzo, la Iglesia, Pueblo de Dios que peregrina en la tierra, cuenta con la asistencia del Espíritu Santo que va en todas las direcciones a fin de establecer la unidad y superar la dispersión de la humanidad.

En el libro del Génesis (Gn 11), encontramos el pasaje de la dispersión humana al querer construir la torre de Babel cuando el mismo Dios confunde sus lenguas generando un desentendimiento que los dispersa por diferentes partes del mundo. En Pentecostés, en cambio, el Espíritu llega a todos, a cada uno en su lengua y lleva a cabo la unidad.

“Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas y habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tantos judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua”.

Gracias al Espíritu Santo, estamos unidos como cristianos, y tenemos así la capacidad de testimoniar de manera creíble a Cristo resucitado. Somos guiados por el Espíritu de la Verdad. La segunda lectura nos recuerda que debemos ser guiados por el Espíritu Santo, Él debe guiar nuestra fe y nuestras obras; es necesario buscar siempre la ayuda del Espíritu que crea armonía y paz.

El nuevo Pentecostés que está viviendo la Iglesia hoy se manifiesta en la aparición de inmensidad de grupos, movimientos, asociaciones públicas y privadas de fieles laicos, nuevas congregaciones, grupos apostólicos, y el crecimiento de vocaciones en distintos lugares del mundo. La autenticidad de todos ellos debe pasar por la prueba  de la unidad entre ellos y la comunión con al Papa y los obispos diocesanos.

En nuestra diócesis contamos con variados grupos y movimientos en proceso de discernimiento sobre su autenticidad. Todos estos grupos necesariamente deberán manifestar interior y exteriormente la comunión con el obispo y con el párroco, dejándose guiar por el pastor legítimo. Si no fuere así se convertirían en sectas pentecostales generando lo que ya sucedió en la torre de Babel: la confusión y la dispersión que lleva a la perdición.

Conclusión

Pentecostés, la fiesta de la llegada del Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Virgen María, es la inauguración de la Iglesia peregrina en la tierra que “es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”. Ella misma “se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal, abundando en la doctrina de los concilios precedentes” (Lumen Gentium 1).

Dice San Agustín “Quien abandona la unidad, viola la caridad, y quien viola la caridad, tenga lo que tenga, nada es”. Invoquemos siempre al Espíritu Santo para que se fortalezca cada vez más la comunión y la unidad en la Iglesia Católica.