Queridos hermanos, queridos Párrocos:
Hoy bendecimos los sagrados óleos: el Santo Crisma para el bautismo, la confirmación y el orden sagrado, el aceite de los catecúmenos para los candidatos al bautismo, y el aceite de los enfermos para la santa unción.
Cuando a alguien se ha aplicado una unción, sobre todo el santo crisma, decimos que esta persona ha sido ungida. Ungido se traduce a los idiomas de la Biblia como, “mesías” en hebreo y “christos” en griego. El primero entre los ungidos es el Cristo. De él habló el Evangelio de San Lucas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia los pobres».
Nadie va a discutir que Cristo es sacerdote, profeta y rey porque él nos supera a todos. Una cosa que nos cuesta más creer es que también nosotros los bautizados somos unos ungidos, unos cristos, unos mesías. ¿Será verdad eso, con tanta miseria que nos caracteriza?
Parece imposible. A veces decimos irónicamente: «Este se cree un Mesías». De hecho, tenemos la tendencia de limitar el término «ungidos» a sacerdotes, profetas o reyes – a personas muy especiales o a los santos.
Por otro lado, sabemos muy bien que el bautismo nos da esta dignidad: fuimos ungidos como sacerdotes, profetas y reyes. Lo podemos encontrar ya en el profeta Isaías: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido… Y ustedes serán llamados «Sacerdotes del Señor»…
Somos un pueblo mesiánico, y los sacerdotes estamos a su servicio para que este pueblo pueda vivir su sublime vocación.
¿Cómo podemos hacer que esto sea realidad? Quiero ofrecer dos pistas.
-1 Si alguien está en la miseria, sí, podemos ayudarle para darse cuenta y pedir socorro. Pero la manera de sacarlo de su miseria no es hundirlo más, diciendo, por ejemplo: eres un inútil etc. Al contrario, hay que ayudarle a descubrir su dignidad. Debo decirle: para Dios y también para mí, eres sacerdote, profeta y rey. «Sin la percepción de la divina misericordia, los hombres de hoy no soportan la verdad», dice el Cardenal Bagnasco.
Es importante que animemos a cada uno: eres sacerdote – porque fuiste ungido para ofrecer tu vida. Eres profeta cada vez que prefieres la verdad a la mentira. Eres rey, porque te puedes dominar a ti mismo y orientar a los demás. Esto equivale a decir: tú puedes ser santo como San Blas o como la Virgen María.
-2 Otra consideración: somos ungidos para nuestra gran misión no simplemente cada uno aparte, sino como cuerpo, como Iglesia: Jesús «hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre» (Apocalípsis). Por eso hemos venido hoy de las diferentes parroquias: recibiendo los santos óleos en la Catedral expresamos nuestra fe de que somos una sola cosa, una sola diócesis, una sola Iglesia.
Somos un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas. Que se cumpla en nosotros la profecía de Isaías: «En medio de los pueblos: todos los que los vean, reconocerán que son la estirpe bendecida por el Señor».
Amén