DOMINGO XXXII ORDINARIO CICLO A
Introducción
Hoy la palabra de Dios nos presenta en la primera lectura la sabiduría, y en el evangelio el aceite que genera la luz como presencia de Dios en nuestra vida que nos mantienen alertas y vigilantes ante los desafíos de la vida. Al parecer nuestra existencia está condicionada por luces y sombras; la vida humana se caracteriza por su prosperidad o su adversidad entendidas como situaciones favorables y desfavorables para la realización de cada uno.
Las lecturas de hoy nos brindan una rica e iluminadora enseñanza para la vida, la familia y la sociedad.
En la primera lectura el libro de Sabiduría dice: “Radiante e inmarcesible es la sabiduría, la ven con facilidad los que la aman y quienes la buscan la encuentran” (Sb 6, 12- 16). La sabiduría de la que habla la lectura requiere una actitud operativa, hay que amarla y buscarla.
El salmo es un clamor y una advertencia que expresa lo más necesario para la vida: “Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua” (Sal 62, 2abc. 2d-4. 5-6. 7-8). Es el clamor de la humanidad en labios del salmista que siente la necesidad de Dios.
La segunda lectura que es de San Pablo, con una voz de aliento anima los de Tesalónica ante la preocupación por los difuntos: “No queremos que ignoréis, hermanos, la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1Tes 4, 13-18).
El evangelio de san Mateo (Mt 25, 1- 13), nos presenta la parábola de las diez vírgenes; “cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes”.
1- La necesidad de la vigilancia
Nos acercamos cada vez más al final del año litúrgico donde las lecturas nos indican la necesidad de una actitud de alerta para no ser sorprendido por nada en la vida. Es inevitable rescatar del evangelio la obligatoriedad de la vigilancia porque es necesario prepararnos para el encuentro con Jesús. Encuentro que se da en forma inmediata en los acontecimientos cotidianos y de manera mediata con relación a su venida definitiva en la hora de nuestra muerte o en el día del fin del mundo. Para ser vigilantes no basta estar despiertos físicamente, es preciso estar preparados. Velar no significa solo estar con los ojos físicos abiertos, es preciso que estemos dispuestos. En la parábola, de hecho todas las jóvenes están dormidas en el momento de la llegada del esposo; por lo tanto lo más importante no es estar despiertos sino más bien estar preparados. Las que estaban preparadas con el aceite listo para encender la lámpara entraron en la fiesta, en cambio quienes no estaban preparadas por descuido no pudieron entrar.
Dice el cardenal Albert Vanhoye, SJ en su comentario al evangelio de Mt 25, 1- 13: “no basta tener el candil –la lámpara-. Podemos comparar éste con la fe, que ilumina nuestra vida. Ahora bien la fe, por sí sola, no basta; la fe que vale, es la que obra por medio de la caridad (Gal 5, 6)”. Esto nos indica cual es la condición que debemos cumplir para estar preparados para el encuentro con el Señor: no solo la fe, sino también la vida cristiana, que es una vida repleta de amor y buenas obras.
2- La vigilancia del discípulo misionero de Jesús
Tampoco hoy en día no podemos pecar de insensatez como las cinco vírgenes necias que no se prepararon suficientemente para recibir al esposo. La realidad de nuestra sociedad cada vez más secularizada exige de cada bautizado un testimonio vivo y verdadero de la fe a través de actitudes humanas y cristianas. Si bien es cierto que la inteligencia del hombre hace que los adelantos tecnológicos y científicos hayan ayudado enormemente a mejorar las condiciones de vida y posibilitado la comunicación de muchos seres humanos, sin embargo ha contribuido también a ofuscar los valores evangélicos violentando la dignidad y el derecho del ser humano.
Nos aquejan tantas situaciones de oscuridad y de ausencia de ese aceite que faltó a las cinco jóvenes necias y la carencia de esa sabiduría de la que habla la primera lectura. Nuestros pastores manifiestan en la carta emitida el viernes 6 de noviembre al concluir la Conferencia Episcopal Paraguaya sus preocupaciones. Entre otras cosas considerando las luces y las sombras dicen los obispos:
1. “Hay signos que alientan nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor de la Vida.
2. Las dificultades y las necesidades del prójimo han motivado múltiples gestos de solidaridad y caridad de personas, instituciones y empresas…
3. La corrupción, pública y privada, no deja de dañar nuestra confianza,…
4. La fragilidad e ineficacia, en algunos casos, de muchas instituciones [nos] retrasa… Todo indica que la pobreza seguirá en aumento…
5. Debe dolernos a todos, que los pueblos indígenas, sean expulsados de sus territorios…
6. La educación pasa por un momento crítico…
7. La renegociación del Anexo C del Tratado de la Binacional Itaipú es una oportunidad…
8. Necesitamos fortalecer la reconciliación entre todos los compatriotas y devolver la seguridad a la vida de todos…”
Estar vigilantes significa estar atentos a la voz de nuestros pastores para no ser sorprendidos por la falta del aceite que es eso luz de la sabiduría evangélica. ¡Debe brillar la gracia de Dios en el corazón de todos nosotros que somos discípulos y misioneros de Jesús!
Conclusión
Como verdaderos discípulos y misioneros, miembros de la Iglesia Pueblo de Dios que peregrina, iluminando la mente y el corazón con la luz de la palabra de Dios, seamos vigilantes y estemos preparados ante la venida de Jesús que se presenta en cada instante de la vida y que al final se manifestará a plenitud para la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Jesús nos quiere ver con las lámparas encendidas para hacernos entrar en el festín celestial del Esposo, del Cordero de Dios. Seamos conscientes de la necesidad que tenemos de estar siempre preparados, atentos y disponibles para buscar y amar la sabiduría de Dios, para expresar la luz de la fe a través de las buenas obras. Dice Santo Tomás de Aquino: “Si alguien no ama la verdad no es hombre”, es decir, si ignoramos la verdad, la sabiduría y la luz de la fe, ignoramos nuestra propia naturaleza.
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