Homilía: Dios invita al hombre a la alegría

XXVIII DOMINGO ORDINARIO CICLO A

Introducción
En todas las culturas de la humanidad se encuentra esta realidad del banquete como oportunidad para compartir la mesa, vivir la alegría del encuentro y fortalecer los lazos familiares, sociales o políticos. El Antiguo Testamento nos recuerda que el Pueblo elegido por Dios celebró un banquete en la noche de su liberación del poder de Ramsés rey de Egipto; en el Nuevo Testamento, Jesús celebró un banquete con sus discípulos para marcar su despedida e inaugurar su presencia continua y sacramental a través de la Eucaristía. También Jesús en diversos pasajes del evangelio compara el reino de Dios con un esplendoroso banquete donde participan los elegidos.

La primera lectura del libro del profeta Isaías (Is 25, 6-10ª) ya nos coloca en el ambiente para el evangelio: “Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados”. Es decir, Dios ofrece un banquete con abundante comida y bebida para celebrar con alegría la vida.

En la segunda lectura, la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (Flp 4, 12-14. 19-20) menciona que el apóstol ya sea en la carencia o la abundancia tiene conforto en Cristo y al mismo tiempo se refiere a una recompensa por la generosidad manifestada por la Iglesia de Filipo: “En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús”.

El Evangelio de san Mateo (Mt 22, 1-14) presenta la parábola del reino de los cielos que se parece a un rey que celebra la boda de su hijo: “El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir”. Al final tuvo que direccionar la invitación a otras personas y grupos. “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”.

1- Invitados a compartir
Durante esta pandemia hemos descubierto cuanta falta nos hace el compartir; queremos encontrarnos, celebrar juntos, etc… el ser humano está hecho por Dios para celebrar la vida en sintonía con los demás, con la la creación y con el Creador. Nuestro Padre Dios en su infinita bondad nos invita a participar de esa fiesta que no tendrá ocaso, la fiesta de un banquete eterno. “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.

En el Evangelio de hoy encontramos que la invitación hecha por el Rey no es bien acogida. Los primeros invitados se niegan a asistir a la fiesta, uno porque tiene que ir a su campo, es decir, administrar sus bienes y propiedades; y otro muy ocupado en su tarea laboral no la puede abandonar para complacer con su presencia al organizador de la fiesta. Otros, molestos por la insistencia incluso agreden a los enviados por el Rey.

Por un lado estamos hechos para compartir, celebrar con alegría; pero por otro lado nos negamos ante una importante invitación. Cuantas veces en la vida diaria nos encontramos ante semejante situación. Dios nos ofrece la alegría de celebrar la santa Misa, el sacramento de la reconciliación, celebrar el matrimonio en el caso de las parejas de hecho y otras tantas situaciones donde Dios se hace presente invitándonos a celebrar con alegría, sin embargo nos negamos rotundamente. Todos sin excepción estamos invitados a asistir a la fiesta, la respuesta depende de cada uno.

2- El vestido de fiesta
La parábola del evangelio de San Mateo nos presentan algunos detalles importantes: los invitados, el que invita, y uno que entró sin vestido de fiesta.
Los invitados: los primeros invitados de la parábola son identificados con el pueblo de Israel representado en las autoridades. “En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo…”. Ellos no aceptaron participar en la fiesta, es decir, se negaron a reconocer el reino presentado por Jesús. A muchos de los enviados los maltrataron y hasta los mataron como lo hicieron con el mismo Jesús: “Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron”. Finalmente la invitación queda abierta para todos sin distinción, es decir, paganos, prostitutas, recaudadores de impuestos, pecadores, publicanos, etc… y “se llenó la sala nupcial de comensales”.

Parecía que ya todo estaba bien cuando alguien apareció sin su vestido de fiesta. “Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no abrió la boca.

En todo acontecimiento social, de ordinario nos preparamos con delicadeza cuidando la vestimenta y otros detalles externos de tal manera que estemos en sintonía y a la altura de las exigencias sociales –hoy día en las tarjetas de invitación se menciona qué tipo de vestimenta o traje hay que lucir. Cuando vamos a la Iglesia de igual manera cuidamos hasta los últimos detalles de la ropa y muchas veces al inaugurar un vestido nuevo lo primero que hacemos es ir a la misa con esa prenda de vestir nueva. Así también Dios por un lado nos invita gratuitamente a celebrar ese banquete celestial que es la “Eucaristía fuente y cumbre de la vida cristiana” y los demás sacramentos, caracterizados por la alegría festiva pero humilde que anuncia el profeta Isaías en la primera lectura: “Preparará el Señor… un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados”. Por otro lado, igualmente exige como vestido de fiesta el ropaje de la gracia de Dios.

El que pretendió entrar sin el traje adecuado fue echado fuera: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”

Conclusión
Al descubrir esta invitación que Dios nos hace para celebrar con alegría su fiesta, pedimos que nos conceda la suficiente gracia para estar siempre preparados de tal manera que no nos sorprenda de improviso la invitación. Tengamos a mano también la vestimenta adecuada, es decir, preparémonos siempre con obras de caridad y mucha oración. ¿Cuál será nuestra respuesta al llamado de Dios y qué tipo de vestimenta nos pondremos? En la sala festiva del Rey nuestra alegría será completa y duradera, ya que quedará siempre sostenida por la asidua participación de la mesa donde recibimos el mejor manjar del pan de la Palabra y el pan Eucarístico. El papa Francisco en dos de sus publicaciones nos invita a la alegría: Evangelii Gaudium: la alegría de Evangelizar, y Amoris Laetitia: la alegría del amor. Seamos felices evangelizadores cuidando el germen del reino de Dios que ya brota aquí en la tierra.

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