Homilía: Cuarto Domingo de cuaresma. Ciclo B

“Donde no hay caridad, no puede haber justicia”

(San Agustín)

La Iglesia está llamada a dar la luz de la esperanza al pueblo de Dios que peregrina en la tierra. Ya va una semana de protestas pacíficas donde el descontento de la ciudadanía va agudizándose cada vez más. Nuestro país está atravesando una de las peores crisis de los últimos tiempos debido a la constante situación de injusticias y corrupción generalizada de muchas personas en situación de poder, generando descontentos en todos los sectores de la sociedad, que se expresan con diversas manifestaciones y en distintos puntos del país. Esperemos que las consecuencias de estas manifestaciones sean verdaderamente lo esperado, que conduzcan a algo mejor y también que no traigan un colapso del sistema sanitario por el contagio. A esto se suma la preocupación de la Iglesia y de los Obispos; se puede notar que algunos emiten con buenas intenciones opiniones personales que luego se debaten, pero aún no hay una posición oficial fuera de los pronunciamientos anteriores. En este escenario de convulsión social estamos llamados a dar una respuesta de aliento y de esperanza desde una fe iluminada con la Palabra de Dios. Esta cuaresma atípica – debido a la pandemia -, tal vez es una de las mejores oportunidades que debemos aprovechar para examinarnos sobre la caridad entendida como justicia integral que abarca todas las esferas de la vida personal, familiar, institucional y social.

La primera lectura de los libros de las Crónicas (2Cr 36, 14-16.19-23) parece calcar la situación que vivimos cuando afirma que “todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado”. Y hoy, ¿cuáles son esas infidelidades que se cometen aquí y ahora y que son abominables a los ojos de Dios? Las injusticias, la corrupción de todo tipo que tiene en hartazgo a la población, el robo de medicamentos para ser vendidos después en otras partes, la falta de claridad para resolver el tema de la vacuna contra el covid-19, el hambre en varios sectores de la sociedad, etc. – todo esto es abominable para el pueblo paraguayo y de hecho para Dios.

En la segunda lectura, la carta de san Pablo a Efesios (Ef 2, 4-10) declara que “Dios es rico en misericordia por el gran amor que nos tuvo, estando nosotros muertos por los delitos, nos hizo revivir con Cristo”. Esto nos abre una luz de esperanza que la justicia siempre triunfará por encima de las injusticias, la luz prevalecerá sobre la oscuridad. Dios rico en misericordia y amor nos revivirá en Cristo. Este es el punto que debe resaltarse en el ambiente actual y necesitamos verdaderamente de este gran amor de Dios que encaminará todo hacia el bien.

El evangelio de san Juan (Jn 3, 14- 21) nos presenta el pasaje donde Jesús dice a Nicodemo “Como Moisés en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado este Hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna”. Jesús fue levantado a lo alto de la Cruz para ser la medicina universal, el antídoto de todo pecado personal, social y estructural. Así como la serpiente de bronce fue el antídoto contra picaduras mortales en el desierto durante el Éxodo, así Jesús es la medicina que neutraliza el veneno del pecado representado en todas las corrupciones de los seres humanos y sus instituciones.

1- Una luz de esperanza

Las lecturas de hoy nos muestran el verdadero motivo de la alegría cristiana que trasciende toda adversidad: el amor generoso de Dios. Él interviene incluso cuando la situación parece desesperada como lo estamos viviendo hoy en nuestro país, procurando al hombre la salvación y la alegría. El libro de las Crónicas nos muestra la paciencia y la generosidad de Dios que enviaba constantemente a sus mensajeros para indicar al pueblo y a las autoridades el camino justo que debían seguir, el camino que le aseguraba la paz y la alegría. Lo hace también hoy porque ama a su pueblo, a su Iglesia. Sin embargo, esta generosidad choca con la continua infidelidad del pueblo empezando de las autoridades. “También las autoridades de Judá, los sacerdotes y el pueblo obraron inicuamente, imitando las abominaciones de los paganos… se burlaban de los mensajeros de Dios, se reían de sus palabras y se mofaban de los profetas”. Todas las injusticias y corrupciones, abominables ante los ojos de Dios, tienen sus días contados y están destinados a la eterna oscuridad de donde ya no podrán salir. Los reclamos en las manifestaciones pidiendo justicia, honestidad, un gobierno al servicio del pueblo, etc., son legítimos. En medio de esto, a través de la voz de los discípulos y misioneros de Jesús la voz de la misma Iglesia resuena y con fuerza hace eco de los justos reclamos.

2- La voz del profeta

La cruz es la mayor manifestación del amor de Dios: un amor que procede del amor del Padre, acogido con gratitud y generosidad por el corazón del Hijo y que se difunde por todo el mundo. Afirma Jesús: “Dios no envió al hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él”. Antes ya, el profeta Ezequiel decía: Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 33,11). Todos los pecadores están invitados a confiar en la infinita misericordia de Dios, que se manifiesta en la muerte de Jesús en la Cruz. Esta es la clave de la voz profética de la Iglesia: en Cristo, en su cruz están todas las respuestas para la humanidad. Recordemos la segunda lectura del domingo pasado, cuando san Pablo nos presentaba como camino de fortaleza y sabiduría el seguir a Cristo crucificado, “escandalo para los judíos y locura para los paganos” (1Cor 1, 22-25) sin embargo, fortaleza y sabiduría para los discípulos de Jesús.

Esta es la clave de toda voz profética de denuncia y de anuncio: denunciar todas las abominaciones y anunciar el amor misericordioso y eterno de Dios.

Conclusión

San Agustín de Hipona decía que “sin caridad no hay justicia”. Esta sencilla frase expresa una profunda necesidad del ser humano de todos los tiempos. El hombre no puede convivir en paz si no hay caridad; sin embargo, la caridad exige la justicia, la honestidad de las autoridades, la sana y justa administración de los bienes comunes. Hace falta oportunidades iguales para todos, donde las necedades básicas sean atendidas con prontitud.

Que a través de este ambiente de manifestaciones que vive nuestro país sea escuchada también la voz de Dios que nos grita a los oídos denunciando todo lo que es abominable para la humanidad, reclamando lo que es más justo y acertado para todos.

Practiquemos la caridad no circunstancialmente como cuando damos algo a un mendigo, sino como actitud constante de nuestra vida que conduce a la justicia, inspirándonos en el acto mayor de caridad: Cristo elevado a lo alto de la Cruz nos gana la justicia divina y remedia todo el veneno que trae el pecado.