Introducción
Jesús, siguiendo con su discurso del domingo pasado, nos propone hoy otras tres parábolas; todas ellas expresan lo que es más apreciable para nuestra vida.
En la primera lectura, del libro primero de los Reyes, encontramos a Salomón pidiendo a Dios sabiduría para gobernar: “Por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo”.
La segunda lectura la carta de San Pablo a los romanos nos habla del dinamismo del proyecto de Dios en nuestras vidas: “a los que escogió… los destinó a reproducir la imagen de su Hijo”.
El Evangelio nos presenta las tres parábolas el tesoro escondido, la perla preciosa y la red echada en el mar que recoge toda clase de peces.
1- El Reino de Dios
Las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa nos hace recordar un detalle de la historia de nuestro país –Paraguay: la famosa “plata yvyguy”. Durante la guerra grande de 1865- 1870, muchos han enterrado sus tesoros en diversos lugares para preservarlos de los asaltos organizados por las fuerzas extranjeras. Cuando había terminado la guerra, muchos de esos tesoros quedaron enterrados debido a que los dueños ya se habían muerto o se había olvidado dónde fueron escondidos.
Hoy en día muchas personas de diversos niveles sociales, considerando que los dineros enterrados podrían ser muy valiosos, se dedican a la búsqueda del oro o la plata escondidos bajo tierra y para eso invierten fuertes sumas de dinero en viajes, maquinarias detectores de metales, etc… Algo bueno de estos afanes es que las parábolas del tesoro y la perla pueden ilustrarse con esta parte de nuestra historia que tiene secuelas hasta nuestros días.
Jesús al presentar el Reino de los cielos a través de estas parábolas, nos enseña que el corazón humano siempre está en la búsqueda de algo valioso y que, una vez encontrado, cambia toda la trayectoria de la vida, a tal punto que renuncia a toda realidad, circunstancias, personas u objetos que dificultarían la adquisición de este algo muy valioso; al encontrarlo, la persona siente una inmensa alegría y satisfacción en su corazón, y por lo tanto hace todo lo posible para adquirirlo.
Ese tesoro, esa perla es en realidad la presencia de Dios en nuestras vidas, una presencia que genera una inmensa satisfacción y al mismo tiempo un gran dinamismo que transforma todo el entorno del que lo encuentra. Recordemos lo que dice la segunda lectura, de la carta de San Pablo a los romanos. Ahí se habla del dinamismo del proyecto de Dios en nuestras vidas: “a los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo”, es decir, hacer que ese tesoro, Cristo, se refleje en nuestras vidas a partir de nuestro bautismo, hasta el punto de ser otros Cristos. Este dinamismo va a hacer que Cristo viva en nosotros para que también actué en nosotros y a través de nosotros; va a hacer que otros también experimenten ese mismo tesoro Cristo en su vida.
2- La sabiduría como gracia de Dios
“El Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: «Pídeme lo que quieras.» Respondió Salomón: «Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?».
En este tiempo de cuarentena, la humanidad está detrás de algo muy valioso para todos; los científicos están empeñándose como nunca, buscando una fórmula para la vacuna anti covid-19. Imaginemos la alegría que provocaría en el mundo entero el hallazgo de ese tesoro valioso que es el antídoto contra el coronavirus. De igual manera debe generar un inmenso gozo la presencia del Reino de Dios entre nosotros. La vacuna nos dará un alivio importante pero temporal, en cambio el tesoro del Reino de Dios nos dará el alivio eterno a todas nuestras dolencias provocado por el pecado.
Por lo tanto, pidamos al Espíritu Santo, con humildad y perseverancia, que nos conceda las gracias de su Reino con el don de la sabiduría:
Pidamos la sabiduría en primer lugar para los científicos, médicos y todos quienes se dedican día y noche en la búsqueda del antídoto contra el covid-19, que Dios les conceda la luz y el acierto para encontrar el tesoro ante el cual la humanidad está expectante. Que actúen siempre con sabiduría evangélica protegiendo la vida y la salud desde del nacimiento hasta la muerte natural.
Pidamos la sabiduría para las autoridades; que su motivación principal sea la búsqueda del bien común y la construcción de una sociedad más incluyente, y no la simple conquista del poder; que comprendan que la política es ante todo una oportunidad para servir y no un negocio.
Pidamos la sabiduría para los líderes empresariales, de manera que todas sus decisiones lleven la impronta de la responsabilidad social a través de una gestión ética como mejor garantía para permanecer a largo plazo en el competido mundo de los negocios, el trabajo y el servicio.
Pidamos la sabiduría para los padres de familia y educadores, quienes tienen la enorme responsabilidad de orientar a los ciudadanos en medio de una sociedad cambiante que ofrece, simultáneamente, oportunidades y amenazas. Ellos pueden apropiarse de la petición de Salomón: “Te pido que me concedas la sabiduría de corazón para que sepa orientar y distinguir entre el bien y el mal”.
Pidamos la sabiduría para nuestros pastores de la Iglesia sacerdotes, obispos, laicos, religiosos/as comprometidos por la causa del evangelio, para que puedan enseñar, santificar y dirigir la porción de la Iglesia, Pueblo de Dios a ellos encomendado, de manera especial al Papa Francisco para que gobierne la barca de Pedro con la luz de la sabiduría de lo alto.
Conclusión
Al enriquecernos con la Palabra de Dios, sabiduría eterna, y al participar de la Eucaristía, volvamos a nuestros quehaceres cotidianos llevando la alegría de habernos encontrado con Jesús, nuestro mayor tesoro. Reproduciendo a Cristo con nuestras obras, testimoniemos el Reino que Dios sembró en nuestro corazón.
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