Dios nos llama para dar sentido a nuestra vida
Introducción
Con el calendario litúrgico, estamos entrando en el tiempo ordinario durante el año, del ciclo B. Hoy, el segundo domingo ordinario, las lecturas nos presentan dos ejemplos del llamado que Dios hace al hombre haciéndole participar del plan de salvación trazado desde toda la eternidad.
Toda nuestra vida es buscar. Buscamos fundamentalmente mantener la vida, la salud, las energías, el bienestar, el confort, la felicidad, etc…. Pero hay más, como personas humanas, no buscamos sólo sobrevivir, sino que tenemos nuestros proyectos de realización personal. El sentido de nuestra vida no es puramente biológico, no se reduce a procurar existir con comodidad y confort. Para un bautizado implica procurar vivir humanamente y cristianamente, siempre con la inquietud de hacia dónde encaminarnos día a día en nuestra existencia; y no solos, sino con la imprescindible compañía de otros…
¿Qué buscamos? ¿Qué buscamos con nuestro trabajo, con nuestro dinero, con nuestras relaciones familiares sociales…etc.? Y sobre todo: ¿Qué buscamos cuando nos ponemos ante Dios? Es imposible que no resuene en nuestros corazones esa pregunta. Si no nos la planteáramos, sería peor, sería como renunciar a nuestra condición humana, y convertirnos en animales inconscientes.
La primera lectura nos presenta al joven Samuel que escucha resonar su nombre sin saber bien quien lo ha pronunciado (1Sm 3, 3b-10.19) hasta que finalmente lo descubre y responde. Esta llamada será importante para toda su vida: “El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores: «Samuel, Samuel». Respondió Samuel: «Habla, que tu siervo escucha». Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras”. Samuel encontró sentido a su vida respondiendo afirmativamente al llamado de Dios.
En la segunda lectura, San Pablo en su primera carta a los Corintios nos presenta una exhortación advirtiendo que a partir del bautismo nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (1Cor 6,13c– 15a.17-20) “¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios? Y no os pertenecéis, pues habéis sido comprados a buen precio. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!”. A partir de nuestro bautismo pertenecemos a Dios, somos de su propiedad.
En el evangelio de san Juan escuchamos de dos discípulos que siguen a Jesús (Jn 1, 35- 42). “En aquel tiempo, estaba Juan [el Bautista] con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «Qué buscáis?»”
1- ¿Cuál es el sentido de la vida?
Todos los caminos por donde el ser humano recorre buscando el sentido de su vida son válidos siempre y cuando Dios está en el primer lugar. Dios es la fuente y la cumbre del sentido de toda existencia. Cualquier camino donde Dios no ocupa el primer lugar, será un camino directo al fracaso, al sin sentido, a la frustración total.
Este siglo XXI que nos toca atravesar es caracterizado por un profundo secularismo que nos quiere engañar presentando diversas ofertas de felicidad y sentido para nuestra existencia, pero al margen de Dios y su proyecto de salvación. Hoy la primera lectura y el Evangelio nos pone delante a tres jóvenes. Primero, Samuel que fue un importante profeta del Antiguo Testamento que escuchó la voz de Dios y respondió afirmativamente: “aquí estoy Señor para hacer tu voluntad…”. Luego en el evangelio aparece Andrés: “uno de los dos que oyeron las palabras de Juan era Andrés hermano de Simón” y el tercero es alguien sin nombre con quien podemos identificarnos todos.
En cualquier etapa de la vida Dios siempre nos llama por nuestro nombre igual que a Samuel y al igual que Andrés y el otro discípulo nos invita a estar con él. Mirando bien estos tres ejemplos, nos damos cuenta que la vida al margen de Dios que llama o de espalda a Jesús que invita no tendrá ningún sentido. Tal vez Dios me está llamando en este momento al arrepentimiento, a regularizar mi vida, a escuchar el buen consejo que me sermoneó el amigo, el hermano, mi papá o mi mamá, o tal vez Dios me está invitando a entregarle mi propia vida para servir mejor consagrándome a la Iglesia que es el Pueblo de Dios. En cualquier caso y siempre, el llamado es llevar una vida de santidad. La última llamada será para rendir cuenta frente a Dios en la hora de la verdad.
2- El cuerpo es templo del Espíritu Santo
En la segunda Lectura san Pablo exhorta a los Corintios a cuidarse del pecado contra el cuerpo: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la inmoralidad…”
En realidad, en la sagrada escritura el ser humano es una unidad de cuerpo y alma, por lo tanto, cualquier inmoralidad que se cometa sea esto contra el cuerpo o contra uno de los mandamientos de Dios, será siempre un pecado que afecta la integridad del ser humano, es decir, el pecado tendrá consecuencia contra el ser humano en su integridad, en su totalidad de cuerpo y alma. Concretamente, San Pablo en esta carta a los Corintios resalta la gravedad del pecado corporal. San Agustín explicando este versículo de la primera carta a los Corintios sobre el pecado contra el cuerpo dice: «…mientras dura la experimentación de este acto tan deshonesto, al hombre no le es posible pensar o centrarse en otra cosa que no sea aquello que enajena su mente, a la que la misma inmersión y en cierto modo absorción en la libido y concupiscencia carnal sumerge en la cautividad. En otras palabras, el pecado esclaviza hasta la pérdida total de la misma dignidad”.
El que comete pecado de cualquier naturaleza que sea, se aleja de Dios y arriesga su propia salvación, es decir el sentido último de la vida que es la felicidad sin ocaso que nos ofrece Dios.
Conclusión
Al reflexionar la Palabra Dios en este segundo domingo ordinario del ciclo B, dejémonos iluminar con la luz de su verdad. Que esta sencilla meditación dominical nos ayude a comprender que ser cristiano no es ser parte de un movimiento social, ni de una escuela filosófica, ni de un código de buenas prácticas. Ser cristiano significa seguir a Jesús que nos revela al Padre; la persona de Jesús es el centro del mensaje de la evangelización.
Busquemos seguir a Jesús así como los dos discípulos de Juan, estemos atentos a la voz del maestro así como el profeta Samuel que estuvo listo para hacer la voluntad de Dios.
Que los jóvenes tengan la oportunidad de escuchar y responder a Dios que llama para hacerles partícipes del plan de la felicidad propia y para la toda la humanidad. Que todos independientemente de la etapa de la vida que vivimos – jóvenes, adultos, solteros casados, viudos, o en la edad avanzada – estemos listos para escuchar con atención la voz de Dios que constantemente suena aunque el ruido exterior generado por el mundo secularizado muchas veces dificulte la escucha y retarde nuestra respuesta.