Homilía de Mons. Pedro Collar en la toma de posesión canónica de la Diócesis de Ciudad del Este y el día de la fiesta de San Blas .
Les saludo a todos con afecto y les agradezco su cordial acogida. Doy las gracias en particular al que hasta ahora ha sido su obispo monseñor Guillermo Steckling, Al Arzobispo de la Santísima Asunción Cardenal Adalberto Martínez por las palabras que me ha dirigido al inicio de la celebración, y con él saludo al señor Nuncio Apostólico Eliseo Ariotti, en quien renuevo mi adhesión cordial al Papa Francisco que nos llama a poner a la Iglesia en estado de misión, saludo a los hermanos obispos presentes de las distintas diócesis y Vicariatos del Paraguay, a los obispos de países vecinos Fos de Iguazu y Puerto Yguazu, al Administrador Apostólico del Pilcomayo.
Saludo a los sacerdotes y los diáconos, a los religiosos y las religiosas, a los seminaristas y a todos los agentes pastorales, a mi familia y amigos, a los jóvenes y a todos los que me acompañan en este momento de intensa comunión eclesial. En ustedes queridos hermanos veo representada a toda la comunidad eclesial de la diócesis de Ciudad del Este que abarca los departamentos de Alto Paraná y Canindeyu. Saludo especial a los fieles que vinieron de Misiones y Ñeembucu con quienes he caminado 7 años…
Doy las gracias por su presencia a las distinguidas autoridades, al Sr Intendente Miguel Prieto Vallejos, al Sr. Gobernador César Landy Torres, a las demás autoridades civiles, militares, judiciales y académicas, y a las personas que son testigos y protagonistas del desarrollo de Ciudad del Este, los pioneros, a cada uno de ustedes les saludo con afecto.
También dirijo un saludo muy especial a los enfermos y ancianos, a los presos, y a cuantas personas asisten a esta celebración a través de la radio, la T.V. y las redes sociales. Sacerdotes de otras diócesis deseaban estar presentes en esta Eucaristía, pero no ha sido posible porque en el Paraguay el Señor San Blas, nuestro santo patrono es muy popular y requiere la presencia de ellos en las comunidades.
Hermanos y hermanas es importante saber que el Derecho designa esta celebración como “toma de posesión canónica de la diócesis” y la Liturgia nos instruye sobre el significado de esta expresión. “Tomar posesión” no es un acto de dominio sino de obediencia, no es una apropiación sino un despojamiento, no es un ejercicio de exaltación personal sino de servicio en comunión. Tres gestos sencillos nos lo recuerdan: la presencia del nuncio y de mis hermanos obispos; la entrega de la sede y el báculo; y la acogida de los fieles que representan los diferentes estados de vida en la Iglesia diocesana.
Les invito a reflexionar la Palabra de Dios. En primer lugar, es importante tener en cuenta que el componente esencial del relato evangélico es la misión: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”. Este mandato del Señor no se circunscribe a un puñado de hombres y mujeres que fueron testigos presenciales de aquel acontecimiento. Va dirigido a todos los bautizados. Cada uno de nosotros, en la medida de nuestras posibilidades, debemos dar testimonio de nuestra experiencia del encuentro con Jesús. Y esto se hace, primordialmente, por medio del ejemplo de vida.
El evangelista Marcos describe algunos de los signos maravillosos que acompañarán a los evangelizadores y que autenticarán la verdad de lo que anuncian: “Arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos…” En los primeros tiempos de la Iglesia, estas manifestaciones extraordinarias eran necesarias para dar credibilidad a la nueva doctrina; en nuestros tiempos, la credibilidad hay que buscarla en la coherencia entre lo que se dice y lo que se vive. Este mandato misionero creo fundamental al inaugurar mi tarea pastoral entre ustedes. Recordando aquella frase célebre del gran Obispo San Agustín de Hipona: «Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros» Sermón 340,1 quiero subrayar algunos aspectos de esta misión evangelizadora.
En primer lugar, la cercanía. Cercanía con sacerdotes y religiosas, cercanía con parroquias y laicos. Cercanía en gestos y escuchas. Cercanía en dedicar lo mejor de mi tiempo a la acogida, la escucha y el acompañamiento. Es cercanía del corazón, es preocuparme por atender situaciones personales delicadas, por animar a desanimados, por fortalecer a desalentados. Es propósito firme y quiere ser estilo pastoral. Por ello, la cercanía es un aspecto fundamental en la misión, por eso cuando Jesús envía a sus apóstoles, los envía para que estén con la gente; en la frase ya famosa del Papa Francisco: es tener ese olor a ovejas y a evangelio como un verdadero Pastor con su rebaño. Esto implica una cercanía que debe atraer hacia Dios a todos los hombres alejados de Nuestro Salvador. Porque Dios envía para atraer a sí a los dispersos. Esa cercanía permite ser luz para conducir al pueblo, la luz desde lejos poco o nada puede reflejar, pero cuando más cerca está más puede iluminar, por ello, los apostoles están llamados a estar cerca de la gente para reunir a los dispersos, para conducir a los descarriados y para iluminar a los que se encuentran en tinieblas, de tal manera que puedan seguir el itinerario que lleva a Cristo.
En segundo lugar, la comunión. El vínculo con el Señor no es una experiencia aislada. Toda la misión de Jesús, el Hijo de Dios, tiene una finalidad comunitaria: Él ha venido para unir a la humanidad dispersa por el pecado, para crear una comunidad nueva capaz de integrar las divisiones más irreconciliables, “Pues –como escribe San Pablo- todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gál. 3, 26-28). Por eso la comunión es una dimensión del anuncio que expresa el fruto de una misión auténtica, por ello, los apóstoles son enviados a generar fundamentalmente con el anuncio del evangelio, una comunión con Dios, es decir, convocar al pueblo que camine como pueblo de Dios, que dirija su vida en dependencia constante de Dios; otro tipo de comunión que debe generar el envío misionero, es la comunión entre los hermanos. El Papa Francisco señaló en una catequesis de los días miércoles que «la experiencia de la comunión fraterna nos lleva a la comunión con Dios. Estar unidos entre nosotros nos lleva a estar unidos con Dios”. Por eso Jesús en la oración sacerdotal del evangelio de san Juan expresa llamando a sus apóstoles a ser uno, es decir, estar en comunión entre sí (Jn 17,21). Todos debemos contribuir a esta verdadera unidad sin ahogar la riqueza de la diversidad, “pues hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.” (1 Cor. 12, 4-7). Aquí se inscribe la tarea del obispo. El Concilio dice: “esfuércense (los obispos) para que los fieles de Cristo conozcan y vivan de manera más ínt ima, por la Eucaristía, el misterio pascual, de suerte que formen un cuerpo compactísimo en la unidad de la caridad de Cristo” (Ch. D. 15).
- El obispo, sus colaboradores más cercanos los sacerdotes y todos los fieles debemos trabajar para hacer de nuestras parroquias y realidades pastorales lugares donde se experimente la presencia de Dios que nos ama, nos une y nos salva, y así asumir las diferencias enriquecedoras. Para ser una Iglesia misionera tenemos que vivir intensamente la comunión eclesial en el interior de las comunidades, con la Iglesia diocesana y con la Iglesia universal. El premio a este amor y vivencia de la comunión será la alegría y la fecundidad apostólica.
En tercer lugar, la misión. El mandato misionero que los apóstoles reciben viene a ser la conclusión de la misión del Señor en la tierra, y como podemos notar está ubicado al término del evangelio de Marcos –al igual que Mateo- lo cual indica que es la preocupación principal del Señor, que los apóstoles están llamados a ser discípulos misioneros, cuya llamada ya en el Documento de Aparecida se nos hizo a todos los bautizados, es decir que todos somos enviados a ser discípulo y misionero. Por ello, la misión es el envío. He sido enviado por el Papa como obispo entre ustedes. Sólo muy poco podré hacer. Confío enteramente en Dios, pero también en la bondad de tantas personas para ayudarme a ser pastor. La gran misión no es mía. Es la de esta iglesia particular que lleva el nombre de Ciudad del Este. La misión que tenemos es la de Jesús, misión en obras y palabras, misión en confianza, misión en entrega, misión en promover la cultura del encuentro, del cuidado y del buen trato. En esta misión debemos de tener muy presente a los pobres. Hablar de los pobres es hablar de aquellos que son bienaventurados, Es hablar de la gran mayoría y tantas veces empobrecidas. Es hablar de aquellos a quienes el Señor Jesús ama con predilección. Es hablar de asentamientos marginales, es hablar de jóvenes desocupados, es hablar de indígenas desposeídos, es hablar de aquellos en cuyo nombre seremos juzgados (Mt 25, 31 y ss.), es hablar de hablas de jóvenes víctimas de las drogas…Es, por encima de todo, decir que la Iglesia adquiere credibilidad por su relación de amistad fraterna y de servicio con los más pobres y necesitados y es fiel a su misión en las huellas de sus santos. Un santo latinoamericano decía: Acabar con la miseria es imposible, pero luchar contra ella, es deber sagrado. Eso nos obliga a todos a trabajar por la persona y su dignidad. En este aspecto quiero ser voz de una Iglesia misericordiosa, que sabe perdonar y también demandar justicia ante los atropellos, ante la corrupción que nos golpea, ante la violencia y la inseguridad que nos hiere. Una Iglesia que ama, que espera y sufre, pero sobre todo una Iglesia que espera en el Señor y quiere serle fiel.
Finalmente, el relato del mandato misionero de la versión de Marcos nos exhorta a promover una diócesis sinodal. El envío dirigido a los apóstoles es el reflejo del envío de todo bautizado, en la que debe primar el bien de todos con el anuncio del envagelio. Ellos –los apóstoles- no son enviados para caminar por encima del pueblo, sino que son enviados para caminar con el pueblo. Cuando el Papa nos está llamando a visibilizar en la Iglesia su dimensión sinodal, considero un regalo de la Providencia hoy ser acogido en esta Diócesis para “caminar juntos” -esto es la sinodalidad- el obispo debe trabajar sin descanso por la comunión entre sus fieles y con el resto de la Iglesia universal. Doy gracias a Dios por ustedes, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos. A todos les pido – que me ayuden a ser el pastor conforme al corazón de Jesús. Elevemos nuestras súplicas al Señor para que nos bendiga con santas y abundantes vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada, al matrimonio y al compromiso laical. Cuento con los sacerdotes, para llevar el amor del Corazón de Cristo a todos. Cuento con las personas consagradas para proclamar con fuerza los valores del reino y que solo Cristo puede colmar los anhelos de nuestro corazón. Cuento con los jóvenes: su entusiasmo, energía y alegría. Cuento con las comunidades contemplativas para sostener con sus manos elevadas la vida de quienes en la Iglesia afrontan cada día el combate de la fe. Cuento con los laicos/as para reconducir todas las cosas a Cristo, sembrar la semilla del evangelio en los hogares, en las escuelas, en los trabajos y en las instituciones sanitarias, sociales, políticas y culturales. Cuento con los movimientos apostólicos, comunidades eclesiales y asociaciones de fieles en la riqueza de su diversidad. Hermanos y hermanas en la fe: Pongo mi ministerio episcopal en manos de la Inmaculada Concepción -Tupasy Kaakupe, Vice patrona de la diócesis de CDE, a la vez que acudo a la intercesión del Señor San Blas. Que el pan eucarístico que enseguida vamos a recibis nos ayude a vivir unidos, a ser misioneros y a caminar juntos hacia el cielo. Ñandejára tañanepytyvo jaguata hagua oñondive kuéra yvágapeve.
San Blas ayúdanos a caminar juntos con alegría y esperanza
Ciudad del Este, 03 de febrero de 2024
Mons. Pedro Collar
Obispo de la Diócesis de Ciudad del Este
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