Solemnidad de la Divina misericordia
Introducción: Hoy celebramos el II domingo de Pascua, en el que veneramos de manera especial la “Divina Misericordia”; se nos invita a reflexionar sobre el amor misericordioso de Dios que perdona nuestros pecados y que nos llama a ser agentes del perdón y la reconciliación.
En el contexto de esta celebración en honor de la “Divina Misericordia”, el Papa San Juan Pablo II había sido proclamado en 2011 “beato” de la Iglesia Católica; cuando la Iglesia proclama “beato” a uno de los fieles, está diciendo que esta persona vivió de manera excepcional los valores del evangelio y que puede ser propuesto a la comunidad como un ideal de vida.
En este contexto podemos considerar la situación en la que nos encontramos actualmente y en un segundo lugar meditar las lecturas de hoy
I- estamos en pleno tiempo pascual. Por lo tanto, teniendo como telón de fondo la victoria de Cristo sobre la muerte, y la festividad de la Divina Misericordia, les invito que reflexionemos sobre el hecho que afecta a gran parte de la humanidad en estos últimos dos meses, que suscitan muchas preocupaciones, dudas, incertidumbre y preguntas:
1. Los paraguayos estamos viviendo con preocupación el drama del covid-19 llamado coronavirus y que afecta a todos dejándonos totalmente indefensos, vulnerables ante la realidad del virus. A cualquiera le puede agarrar.
2. Ante esta situación las autoridades sanitarias han establecido un plan de emergencia para que con la colaboración de todos podamos superar este inconveniente. No obstante, parece que las cosas poco a poco se van complicando porque va creciendo el número de los infectados, las muertes y la transmisión. Mirando las estadísticas internacionales, Paraguay está mucho mejor en este momento, es decir, tenemos a escala mundial menos infectados, menos muertes, estamos mejor controlados. Sin embargo, hasta la fecha ya hemos superado los 200 infectados y va en aumento.
3. Estamos ante una pandemia sin precedente en la humanidad y que hasta ahora se ha llevado varios miles de vidas principalmente de gentes mayores en muchos países.
4. La batalla está declarada en todos los ámbitos, día a día se transmiten las informaciones como si fuera el Mundial de Fútbol, en la cual se entremezclan a veces intereses políticos y económicos, concepciones jurídicas – ya se habla de una reforma del estado – e implicaciones emocionales y psicológicas. Se toca el ámbito de la fe en cuanto a la practicas comunitarias de la liturgia: no podemos celebrar la Eucaristía a puertas abiertas para todo público. Lo cierto es que nos afecta a todos y en todo. Y en el peor de los casos puede resultar el hambre de miles por el paro laboral.
5. Por otro lado, últimamente aparecen videos que parecen contradecir a las orientaciones de las autoridades sanitarias y los legítimos pastores como el papa y los obispos, cuando éstos piden que observemos los criterios de la cuarentena. Y es más triste aun cuando esos videos, audios y escritos vienen de laicos supuestamente comprometidos, religiosos/as o sacerdotes y son grabadas en plena celebración eucarística y luego divulgadas.
6. Antes de ayudar a unificar criterios para unir fuerzas en la lucha contra el covid-19, estos hechos confunden y dividen induciendo al pecado de la desobediencia y la falta de comunión en algunas ocasiones.
Todas estas situaciones nos hacen pensar en: ¿qué decisión tomar? ¿Puede una decisión del gobierno afectar las actividades de la Iglesia? ¿Estamos obligados a obedecer? ¿Cuál es la mejor opción?
2 Después de estas consideraciones de algo que parece ser, forma parte de un prolongado viernes y sábado santos donde Jesús bajó a la oscuridad el sepulcro, reflexionemos sobre la misma realidad a la luz de la resurrección de Jesús.
II- Este tiempo pascual también nos muestra cómo vivió la primera comunidad cristiana el hecho de la resurrección de Jesús. La liturgia pascual está impregnada de optimismo, de esperanza. Es un canto a la vida.
Los textos litúrgicos de este II domingo de Pascua hacen referencia al amor misericordioso de Dios:
En el Salmo 117 exclamamos: “Diga la casa de Israel: su misericordia es eterna. Diga la casa de Aarón: su misericordia es eterna. Digan los que temen al Señor: su misericordia es eterna”.
Igualmente, el apóstol Pedro manifiesta en el texto de su 1ª Carta que acabamos de escuchar: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su gran misericordia, porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva”.
El hecho central de nuestra fe es la resurrección. Por eso el apóstol Pablo escribe en su 1ª Carta a los Corintios: “Si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no vale para nada, ni tampoco vale para nada la fe que ustedes tienen. Si esto fuera así, nosotros resultaríamos ser testigos falsos de Dios”. Estas palabras de san Pablo son contundentes: en la resurrección de Jesús está en juego nuestra fe personal y la vida de la Iglesia.
Si la resurrección de Jesús no fuera una realidad viva y actuante en la historia, el recuerdo del hombre Jesús, sus hermosas parábolas y sus intervenciones a favor de los excluidos se irían desdibujando con el paso de los siglos.
La resurrección de Jesús no significó un regreso al mundo de los vivos; no retomó una agenda que se vio interrumpida por los sangrientos episodios de su pasión y crucifixión.
La resurrección de Jesús instaura una realidad nueva, que apenas puede ser balbuceada con nuestras limitadas palabras humanas. Como lo expresa el Papa Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret, “La resurrección de Jesús ha consistido en un romper las cadenas para ir hacia un tipo de vida totalmente nuevo, a una vida que ya no está sujeta a la ley del devenir y de la muerte, sino que está más allá de eso; una vida que ha inaugurado una nueva dimensión de ser hombre […] En la resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la humanidad” (pág. 284).
El evangelio que hemos escuchado, narra el encuentro entre el escéptico Tomás y Jesús; el diálogo es de un crudo realismo: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae aquí tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”.
1. En las apariciones, Jesús resucitado se muestra como un hombre, pero no es un hombre que simplemente ha vuelto a ser como era antes de la crucifixión. Jesús llega a través de las puertas cerradas, y de repente se presenta en medio de ellos; y así como aparece, desaparece. Él es plenamente corporal, pero no está regido por las leyes del espacio y el tiempo; se presenta en un cuerpo, pero es libre de las limitaciones y restricciones que el cuerpo nos impone.
2. En palabras de Benedicto XVI (papa emérito), “podríamos considerar la resurrección algo así como una especie de ‘salto cualitativo’ radical en que se entreabre una nueva dimensión de la vida, del ser hombre. Más aún, la materia misma es transformada en un nuevo género de realidad. El hombre Jesús, con su mismo cuerpo, pertenece ahora totalmente a la esfera de lo divino y eterno”.
3. Ante toda esta situación que vivimos, pongamos fe y esperanza en un nuevo amanecer, a un salto cualitativo, un nuevo tiempo, una nueva oportunidad, una nueva época, un nuevo tiempo para vivir la fe la esperanza y la caridad, dando culto a Dios en este momento en la familia y, aprovechando los medios de comunicación, las redes sociales para acompañar las celebraciones presididas por nuestros pastores; cultivemos la oración en familia: el santo rosario, la lectura asidua de la sagrada escritura, las prácticas de la caridad y el dialogo. Aprovechemos este hermoso regalo que Dios nos provee para estar más íntimamente unidos a Él en familia papa mamá e hijos. Que la infinita misericordia de Dios se manifieste en vuestro corazón y en el seno de cada hogar para testimoniar con alegría la resurrección de Jesús a través de las obras de amor.
Sigamos con esmero las orientaciones de nuestros pastores de la Iglesia y procuremos cuidarnos entre todos ante esta pandemia para así superar y llegar a la luz de un nuevo tiempo de paz y la verdadera resurrección.
En este II domingo de Pascua, en el que veneramos la misericordia de Dios que nos perdona y que nos exhorta al perdón y a la reconciliación, demos gracias a Dios por ese líder espiritual excepcional como fue San Juan Pablo II, a quien la Iglesia propone como modelo de vida cristiana. Encomendemos a su intercesión todas nuestras necesidades. Y demos gracias infinitas por esa dimensión insospechada de vida nueva que se nos da en Cristo resucitado.
Pbro. Angel Ramón Collar Noguera
Vicario Pastoral
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