QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

“…Todo el que está vivo y tiene fe en mí, no morirá”

Llegando a la culminación del tiempo de cuaresma marcado por la práctica de la oración, la limosna y el ayuno como preparación para celebrar las fiestas pascuales, hagamos un examen de conciencia sobre lo que fue nuestro itinerario cuaresmal. En este sentido, el prefacio cuaresmal II nos recuerda que Dios Padre estableció un tiempo de gracia para que los creyentes se dedicara con mayor entrega a la oración y a las obras de caridad y así lleguemos todos ser plenamente hijos de Dios. En este quinto domingo de cuaresma con el relato de la resurrección de Lázaro se corona el mensaje previo a la pascua.

Recapitulando las lecturas de los domingos anteriores, el primer domingo de cuaresma hemos meditado el evangelio sobre las tentaciones de Jesús en el desierto, en el segundo la transfiguración se Jesús en el monte tabor ante la presencia de Pedro Santiago y Juan, el tercer domingo el encuentro de Jesús con la mujer samaritana junto al pozo de Jacob, en el cuarto hemos contemplado al ciego de nacimiento, hoy quinto y último domingo contemplamos la resurrección de Lázaro.

Veamos el propósito de las lecturas de este domingo:

En la primera (Ez 37, 12-14) encontramos ya una promesa de salvación; el profeta Ezequiel anuncia al pueblo que Dios abrirá las tumbas para que su pueblo salga a la luz de la vida recuperando el aliento vital. Dios no se deja vencer por la muerte: “Yo voy abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas…”.

La segunda lectura (Rom 8, 8-11), se refiere directamente a la victoria después de la muerte, afirmando que ya no estamos bajo el dominio de la carne, sino del Espíritu, y el Espíritu de Dios es un Espíritu que nos resucita, que nos hace vivir una vida nueva. Con el bautismo ya participamos de la vida nueva del Espíritu que resucitó a Cristo Jesús, “este mismo Espíritu dará vida a vuestros cuerpos mortales”.

Con el evangelio de (Jn 11, 25-26) la escena de la resurrección de Lázaro nos prepara para el misterio pascual de Jesús, nos habla de la inminente victoria de la vida sobre la muerte. El misterio pascual es el misterio de la muerte y la resurrección, es decir, una muerte que vence a la misma muerte[1].

1- La resurrección de Lázaro

¿Qué puede significar la resurrección de lázaro para una generación que es absorbido por una ola de la cultura de la muerte?

Frente al pesimismo de ciertas escuelas de pensamiento de inspiración materialista que afirman que la aventura humana termina con la muerte, Jesús proclama con firmeza: “Yo soy la resurrección y la vida, el que tiene fe en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que está vivo y tiene fe en mí, no morirá”[2].

Las palabras de Jesús y los milagros que realiza, deben iluminar nuestra vida y nuestra convicción sobre la muerte y la vida. Nosotros no creemos en un Dios de la muerte, nosotros profesamos una fe en un Dios de la vida, que vive y da vida en abundancia. La experiencia de tener nuestros familiares difuntos a quienes en esta vida no volveremos a verles, aunque duele su partida eterna, no significa un hasta nunca, sino más bien un hasta luego. Así como la muerte de lázaro fue motivo de dolor para sus familiares y amigos, hasta al mismo Jesús que se conmovió y lloró, con la resurrección, trae la alegría y se cumple la palabra dirigida a Martha: “¿no te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”. Toda nuestra existencia debe estar llena de la alegría de vivir en abundancia siendo consciente que un día dejaremos este valle de lágrimas para gozar en la dicha eterna en compañía de Dios y sus santos ángeles.

En nuestra sociedad existen personas que independientemente de su creencia se pasa el día manifestando bronca contra la vida y viendo únicamente los aspectos negativos de la vida; desde que se levantan están haciendo mala cara; todo les parece negativo; todo es motivo de crítica. Y terminan la jornada llenas de amargura y malestar.

Esta clase de personas hacen que la vida y su entorno sean desagradables arruinando la vida de quienes las rodean. Es necesario que todos los bautizados hagamos una profunda y detenida meditación de los evangelios contemplando la vida de Jesús, es necesario ser testigos de la alegría, deberíamos disfrutar sin temor de tantas cosas buenas, lindas y bellas que nos ofrece la vida.

De Igual manera, el Dios de la vida que nos presenta el evangelio debería motivarnos fortaleciendo el espíritu de lucha contra todo aquellos factores que causan tristeza y dolor a tantos hermanos nuestros. El evangelio de hoy que es Evangelio de la vida nos compromete a promover la vida en abundancia, la justicia y la equidad.

2- La humanidad de Jesús

El evangelio de hoy, nos presenta con mucha riqueza la dimensión humana de Jesús, manifestando su afecto y sentimiento de amistad con la familia de Lázaro.

Jesucristo vivió una profunda amistad con Martha, María y Lázaro estableciendo con ellos un lazo de amor fraternal y profundo sentimiento familiar compartiendo con ellos sus alegrías, penas, gozos, fracasos y sus preocupaciones. Seguramente compartía con ellos su labor apostólica, cómo iban las diversas comunidades ante su predicación: algunas lo aceptaban acogiéndolo, otras en cambio lo rechazaban con prepotencia y arrogancia –como pasa actualmente en las misiones populares casa por casa-, donde algunos reciben a los misioneros, otros en cambio los rechazan. Seguramente con dolor y preocupación compartía con ellos la ingrata actitud agresiva de los escribas, fariseos y sumos sacerdotes del templo que cada vez iba aumentando con la intención de acabar con él en la cruz.

Por algo el libro del Eclesiástico  “el amigo fiel es refugio seguro, el que lo encuentra ha encontrado un tesoro” (Eclo 6, 14). La amistad es uno de los valores más noble de la vida. Compartir las tristezas con los amigos se hacen más llevaderas “el amigo fiel es remedio de vida” (Eclo 6); las alegrías participadas con las personas que queridas son más intensas. Conocemos a mucha gente, pero sólo podemos llamar amigos a unos pocos.

“El verdadero amigo es aquel que permanece incondicionalmente junto a mí, en las buenas y en las malas. Frente al amigo no necesito actuar; puedo mostrarme tal cual soy, sin disimular mis debilidades. El verdadero amigo es aquel que se siente libre para decirme que me he actuado mal”[3]. El verdadero amigo es leal siendo autentico consejero que no esconde la verdad. No podemos afirmar que es lealtad el encubrimiento de un delito y la protección de la deshonestidad. No identifiquemos al amigo leal con el cómplice que me protege las espaldas. Sería muy importante que los niños y jóvenes entendieran esto con claridad porque en los colegios y universidades hay mucho encubrimiento en nombre de la amistad y de la fidelidad.

Jesús no fue ajeno al sufrimiento de Martha y María ante la muerte de Lázaro. El relato del evangelio de san Juan, nos cuenta que Jesús lloró en dos momentos: cuando se encontró con María y cuando se acercó a la tumba. Fue tan notoria la expresión de tristeza que los presentes comentaron: ¡Miren cómo lo quería!

Conclusión

Al terminar el tiempo de la cuaresma, iluminado con esta reflexión donde contemplamos la victoria de la vida sobre la muerte y la dimensión de humanidad de Jesús, recordemos también la fe de Martha: “si hubieras estado aquí, Señor, no habría muerto mi hermano”. Finalmente Martha manifiesta una profesión de fe semejante al de Padreo: “Tú eres el Mesías el hijo de Dios, el que debía de venir al mundo”.

Sin lugar para la duda con Cristo nuestro amigo, salvador y Señor, somos más que vencedores; podemos seguir adelante con confianza, con esperanza, con la certeza de haber sido asociados a la victoria de Cristo.


[1] VANHOYE, Cardenal Albert SJ. Lecturas Bíblicas de los Domingos  y Fiestas. Ciclo A. ED. Mensajero. Bilbao España, 2003. Pág. 86.

[2] http://homiletica.org/jorgehumberto/jorgehumbertopelaezcuaresmaVA.pdf

[3] http://homiletica.org/jorgehumberto/jorgehumbertopelaezcuaresmaVA.pdf