CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

“Domingo de Laetare o de la alegría”

En los días precedentes, las noticias publicaron varios acontecimientos que afectan la sensibilidad de quien tienen una mínima conciencia humana y cristiana. Las noticias fueron invadidas por hechos como las inundaciones y sus consecuencias, problema de salud generada por el mosquito transmisor, una madre que tuvo su bebé en pleno pasillo de unos de los hospitales más grandes que cuenta nuestro país, siguen las violencias de todo tipo: intrafamiliar, crimen, robos y asaltos. Mientras tanto se van aproximando las próximas elecciones para elegir nuevas autoridades. La Iglesia también aparece en las noticias con la presencia del cardenal enviado por el Papa Francisco…

Este es el panorama del contexto social que queremos iluminar con la palabra de Dios.

La primera lectura de libro de (1Sm 16,1b.4a.6-7.10-13a), aunque no tiene referencia al tema de la luz, sin embargo, se puede apreciar el motivo de la luz espiritual que el Señor da a quien le sigue. Esta lucidez espiritual generará mucha alegría en el corazón del que recibe porque le será motivo de seguridad y acierto en su actuar.

La segunda lectura, (Ef 5,8-14) en cambio, nos habla expresamente de la luz: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor”, dice Pablo.

El evangelio (Jn 9,1-41), nos cuenta el episodio del ciego de nacimiento, que recuperó la alegría gracias a la curación que recibió de Jesús. Es verdad que nuestra alegría va unida a la luz. Cuando falta la luz y nos encontramos en la oscuridad, resulta difícil estar alegre; sin embargo, cuando vemos a plena luz todas las obras del Señor, entonces podemos bendecirle y tener el corazón repleto de alegría. Aquí se vislumbran dos tipos de ceguera: está la ceguera física del hombre ciego de nacimiento, y está la ceguera espiritual de los fariseos, que se oponen a Jesús, luz del mundo.[1]

1- Relación entre enfermedad y pecado

Los  discípulos le preguntan a Jesús: “Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres o por su propio pecado? Jesús les contestó: ni por su propio pecado ni por el de sus padres; fue más bien para que en él se demuestre lo que Dios puede hacer”

Esta pregunta de los discípulos expresa una creencia y un prejuicio muy generalizada según la cual las enfermedades son castigo de Dios por pecados particularmente graves ya sea personal o de los padres. La confusión entre la enfermedad y el pecado era frecuente en la mente de la época

Durante siglos, se afirmó esto sobre la lepra. En el mundo actual, algunos interpretan el VIH/SIDA como un castigo de Dios a comportamientos sexuales inapropiados. Ahora podemos considerar el coronavirus que para muchos es un castigo de Dios a la humanidad por sus muchos pecados.

Esta conexión entre enfermedad y castigo por los pecados cometidos es equivocada. Es el resultado una religiosidad mal entendida que le atribuye a Dios sentimientos de venganza.

Es inaceptable una explicación religiosa de las enfermedades; debemos buscar explicaciones científicas. La ciencia que estudia cómo se transmiten las enfermedades, así como los factores de riesgo, se llama epidemiología.

Las enfermedades son un hecho biológico y no un fenómeno religioso. Sin embargo, es bueno considerar que una enfermedad puede y debería ser ocasión para reflexionar sobre nuestro comportamiento y para modificar aquellas conductas destructivas y deshumanizantes que no están de acuerdo con el plan de Dios. Muchos hombres y mujeres, han cambiado de rumbo de vida al padecer serias y graves enfermedades. La enfermedad les sirvió como ocasión para reflexionar y considerar la vida y la muerte desde otra perspectiva, desde la perspectiva de Dios padre misericordioso y la dimensión insignificante del ser humano criatura de Dios.

De igual manera, las enfermedades sociales identificados con las injusticias, no son castigos de Dios –Dios quiere que toso se salven y lleguen al conocimiento de la verdad-. Los hechos más bien son provocados por los mismos seres humanos, por lo tanto, está en manos de las autoridades de turno resolver y buscar la medicina a cada situación de injusticia que aqueja nuestra sociedad.

2- El proceso de fe del ciego de nacimiento[2]

El ciego hizo un camino que empieza con su encuentro con Jesús, su curación, la persecución de las autoridades, su reencuentro con Jesús y la profesión de fe, “Entonces exclamó: creo Señor y se postró ante Él”. En este contexto, la relación entre Jesús y los fariseos se había ido deteriorando; era creciente la tensión entre ellos. Para ellos Jesús era una amenaza. A los fariseos no les interesaba la el drama humano de este hombre que había estado ciego durante toda su vida. Para ellos la prohibición de realizar actividades en sábado  era absoluta. Lo humano no contaba para nada. En medio de las discusiones que hizo dividirlos en dos bandos a los fariseos, preguntan al que se curó de la ceguera: “Puesto que te ha dado la vista, ¿qué dices de él? Él respondió: yo digo que es un profeta”. Esto enfureció a todos ellos.

Este ciego de nacimiento que representa a cada ser humano que busca la luz de Dios, muestra que el punto de partida del camino espiritual que recorre es la experiencia vivida. Cuando le preguntan qué ha sucedido, él relata los hechos con objetividad y precisión: “Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo untó en los ojos, y me dijo: Ve al estanque de Siloé, y lávate. Yo fui, y en cuanto me lavé, pude ver”

Narra con sencillez los hechos vividos; en este momento de su proceso espiritual, Jesús es un hombre; este juicio sobre Jesús se irá modificando poco a poco.

Ha reflexionado sobre la experiencia vivida y da un paso interpretativo; descubre que Jesús es más que un simple hombre, es un profeta. Su proceso espiritual de descubrimiento de Cristo va avanzando.

En este camino de la fe se encuentran Jesús y el ciego, y Jesús le dice: “¿Crees tú en el Hijo del hombre? Él le dijo: Señor, dime quién es para que yo crea en él” Esta manifestación de total disponibilidad y apertura a la trascendencia muestra que el terreno ya está listo para acoger la semilla de la revelación.

Así llegamos al clímax de este viaje interior que le ha permitido madurar en la fe. Ante la revelación que le hace Jesús, el hombre se puso de rodillas y exclamó: creo, Señor.

Conclusión

Hemos podido contrastar el fanatismo apasionado de los fariseos que tiene esclavizado a los judíos en su cosmovisión y, como contrapartida vemos la apertura del ciego de nacimiento a la acción de Dios en su vida que es capaz de transformarlo todo.

Pidamos a Dios que nos conceda la luz del espíritu para ver más allá de las apariencias considerando los valores cimentados en la dignidad de cada ser humano. Que este domingo de la alegría, nos traiga ese alivio tan anhelado ante tantas desgracias que padecen tantas familias en nuestra sociedad.

Pidámosle al buen Dios que nos abramos a su acción en nosotros y que así como el hombre curado de su ceguera física y espiritual lo reconozcamos como nuestro Señor y Salvador para proclamar nuestra fe “…Creo Señor…”


[1] VANHOYE, Cardenal Albert SJ. Lecturas Bíblicas de los Domingos  y Fiestas. Ciclo A. ED. Mensajero. Bilbao España, 2003. Pág. 79.

[2] http://homiletica.org/jorgehumberto/jorgehumbertopelaezcuaresmaIVA.pdf