“La gloria de Dios es la felicidad del hombre”
La historia de la humanidad nos delata que el ser creado por Dios hombre: varón y mujer, busca afanosamente su felicidad por diversos caminos que en no pocas ocasiones se orienta distorsionadamente desembocando a veces en el peor de la desgracia perdiendo el sentido y el sabor de la vida. El filósofo Aristóteles ya decía que el hombre corre buscando la felicidad: Según esta premisa, “la naturaleza humana es teleológica, esto quiere decir, que está orientada hacia un fin y ese fin último es la felicidad”.
Ciertamente todo ser humano aspira ser feliz, y en esta aspiración y búsqueda, hay un abanico de posibilidades que no siempre lleva a buen puerto. Podemos hacer esta pregunta ¿Cómo el ser humano entiende la felicidad: Aquellos que viven bajo un mismo techo o aquellos que forman un grupo de amigos? Para algunos seguramente la respuesta consiste en una vida humilde sencilla en constante solidaridad; para otros por el contrario, la felicidad estará en el poder, placer el dinero.
Las lecturas de este domingo nos presenta como camino de felicidad las bienaventuranzas coincidiendo sustancialmente en el tema de la humildad o la pobreza del espíritu para poner la plenitud de la confianza en Dios que es fuente de toda felicidad.
La primera lectura, tomada del libro del profeta Sofonías (Sof 2,3; 3,12-13), nos habla de la búsqueda del Señor en la pobreza: “Buscad al Señor, los humildes, que cumplís sus mandamientos”. Y Dios anuncia: “Dejaré en ti un pueblo pobre y humilde, un resto de Israel que se acogerá al Señor, que no cometerá crímenes ni dirá mentiras ni tendrá en la boca una lengua embustera”. Estas personas encontrarán el camino de la verdadera felicidad en la unión con Dios.
La segunda lectura, tomada de la Primera Carta a los Corintios, va en el mismo sentido, ampliando la perspectiva. Nos dice, en efecto, que Dios elige preferentemente a los que son pobres de sabiduría o de poder o de nobleza y les otorga la riqueza espiritual, es decir, a Cristo, eliminando el orgullo humano[1].
Jesús proclama de manera solemne su programa en el Evangelio de hoy. Sube a la montaña y se sienta; se le acercan sus discípulos; entonces toma la palabra y les enseña. Jesús, como nuevo Moisés, sube al monte y anuncia su programa a los discípulos. No se trata de una serie de preceptos, sino de una proclamación de felicidad, de bienaventuranzas. Esto revela el corazón de Jesús, que nos quiere felices y nos muestra el camino de la verdadera felicidad. Dios, nuestro Padre, nos quiere felices[2]
1- El camino de la felicidad
Sin duda existe una fuerza antagónica que se declaran una batalla sin tregua en la mente y el corazón del hombre que a su vez se refleja en la convivencia: la guerra entre el camino de la vida, la luz, la felicidad y el camino de la muerte, la oscuridad y la desgracia.
El mundo ofrece como felicidad el placer, el poder y el dinero, es decir, todo aquello que es pasajero, relativo, superficial, efímero. El placer entendido como hedonismo en su máxima expresión es pasajero y si no está cimentado sobre un compromiso serio y duradero, se convierte en un factor esclavizante que roba toda felicidad a corto mediano y largo plazo. El poder al no comprender como oportunidad para servir haciendo el bien a los demás, se convierte en tiranía llevando siempre a la violencia, la intolerancia, el fundamentalismo irracional y a la injusticia en contra de los más débiles. El dinero si bien es una necesidad, es necesario darle el lugar que le corresponde; tiene que ser un medio para hacer el bien y no un medio para manipular, utilizar, y sacarse ventaja al prójimo.
Jesús con las bienaventuranzas, nos propone el verdadero camino de felicidad que no consiste en principios morales que hay que cumplir, sino en una invitación a seguir las huellas de su amor. La primera de ellas es un compendio de todo: “bienaventurados los pobres de espíritu…”. Es esto se basan todas las demás bienaventuranzas.
2- La pobreza de espíritu
La propuesta de Jesús como camino de felicidad es una dura crítica a la cultura del materialismo, está en total oposición a lo que ofrece toda sociedad de consumo donde lo que prima es lo que se tiene se gasta se utiliza y se descarta, “la famosa cultura del descarte” totalmente opuesta a las enseñanzas evangélicas. Es una lucha entre el tener y el ser.
Las bienaventuranzas declaran felices a las personas que generalmente se consideran despreciables, insignificantes o indigentes. Jesús hace una propuesta para todas aquellas personas que al parecer están exentos de todo beneficio religioso, social, político o cultural.
Lo que Jesús nos plantea es una constante tención entre lo que es ahora y lo está por venir. Lo que es ahora es lo negativo, la desgracia, el dolor, la decepción, la injusticia, etc. y lo que está por venir es la felicidad, la justicia, la paz, etc.
Todo dependerá de nuestras acciones concretas, que empecemos a actuar aquí y ahora colaborando para este nuevo orden propuesto por Jesús hace más de dos mil años. No es bueno pensar que las bienaventuranzas se realizarán en el futuro en la otra vida.
Aquí y ahora debe empezar. Hay que construir aquí y ahora el Reino de Dios y su justicia y lo demás vendrá por añadidura.
Conclusión
“La gloria de Dios es la felicidad del hombre”. Las bienaventuranzas invitando a cultivar la pobreza de espíritu aquí y ahora, esto consiste, en poner todas nuestras confianzas en Dios Padre Misericordioso fuente de toda riqueza y felicidad.
Esta felicidad o alegría se encuentra en el amor, que presupone el desprendimiento de las riquezas materiales. Quien busca enriquecerse es egoísta y, por consiguiente, no tiene en sí el amor, que le une a Dios y le procura una alegría profunda. En cambio, el que se desprende de los bienes materiales y las usas siguiendo los criterios evangélicos de la generosidad y del servicio, ése es verdaderamente feliz, porque está unido a Dios en el amor[3].
[1] VANHOYE, Cardenal Albert SJ. Lecturas Bíblicas de los Domingos y Fiestas. Ciclo A. ED. Mensajero. Bilbao España, 2003. Pág. 182
[2] Idem
[3] VANHOYE, Cardenal Albert SJ. Lecturas Bíblicas de los Domingos y Fiestas. Ciclo A. ED. Mensajero. Bilbao España, 2003. Pág. 182
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