Orar con humildad
Jesús nos ofrece en el Evangelio muchas enseñanzas sobre la oración resaltando la necesidad en insistir y perseverar en el rezo. En esta ocasión en la liturgia de la palabra aparece Jesús instruyendo nuevamente en algo referente al mismo tema, especialmente sobre las disposiciones interiores para realizar un acto de oración bien hecha para ser escuchado.
La primera lectura del libro del Eclesiástico (Eclo 35, 12-14.16-18), refiriéndose a Dios como juez justo que o hace acepción de personas afirma “que los gritos del pobre atraviesan las nubes”, es decir, llegan a Dios, sin embargo la oración del soberbio no llega a Dios.
El salmo 33, en su responsorio proclama “El pobre invocó al Señor, y él lo escuchó”
La segunda lectura de la carta de Pablo a Timoteo (2Tim 4, 6-8.16-18), es la conclusión de la carta y se relaciona a la oración de dos maneras: en primer lugar, Pablo expresa su confianza en el Señor “el Señor me librará de todo mal, me librará y me llevará a su reino del cielo”. En segundo lugar, Pablo adopta una actitud de plena de indulgencia para con las otras personas, incluso con aquellos que le muestran indiferencia y hostilidad: “Todos me abandonaron y nadie me asistió –que Dios les perdona-”.
En el evangelio de san Lucas (Lc 18, 9-14), Jesús nos presenta a través de una parábola la actitud de dos personas que oran: un publicano y un fariseo. Así el publicano se mantiene a distancia mirando el suelo y golpeando el pecho, el fariseo en cambio, de pié autocalificándose como justo.
1- La actitud del fariseo
Jesús enseña una parábola refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás. Don hombres subieron al templo para orar, uno era fariseo y el otro publicano. “El fariseo de pie, oraba así: Dios mío te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”.
Los fariseos además de exigir el cumplimiento de los mandatos que están en los Libros sagrados, también consideraban obligatorio el cumplimiento de otras normas que habían sido formuladas por los estudiosos de la Ley. Habían enunciado 613 mandamientos, de los cuales 248 eran positivos(es decir, ordenaban las cosas que había que hacer) y 365 eran negativos (es decir, eran prohibiciones).
Esta obsesión por la ley, les llevó a los fariseos a considerar la religión como cumplimientos externos de las normas, reduciendo la religión a la ética que se identificaba con las normas, olvidándose así que la verdadera y rica religión es una forma de relacionarse con Dios en amor y en confianza. Por eso la oración del fariseo no pudo tener sintonía con Dios que es Padre misericordioso. Además el fariseo con la idea de cumplir las prescripciones, creen que ya está en su derecho ante Dios, como si fueran los privilegiados de la religión.
Como contrapartida de esta religión reducida a la ética o al cumplimiento externa de las normas, Jesús presenta como Antítesis al publicano.
2- Los gritos del pobre atraviesan las nubes
Dice el evangelista Lucas que la oración del publicano es completamente distinta: “En cambio el publicano, manteniéndose a distancia no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ¡‘Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador’¡”.
¿Cuál era el pecado del publicano? O tal vez suena mejor ¿cuáles eran los pecados de los publicanos? Podemos responder diciendo:
1º. Los publicanos eran los cobradores de impuestos en nombre y a favor de Roma, que era la potencia ocupante; eran los funcionarios de la Sub secretaria de Estado de Tributación SET de aquella época.
2º. Los publicanos al asumir este oficio de liquidadores y recaudadores de impuestos los convertía en funcionarios atraídos a la corrupción y a manejos turbios en detrimento del bien común.
3º. Este grupo social al asumir el cargo de recaudar, tenía muy mala reputación y además eran odiados por colaborar con los romanos, que eran los ocupantes de Israel.
4º. Para los judíos más observantes de la ley, los publicanos eran unos seres detestables porque su contacto con los paganos, es decir, con los romanos, los hacía impuros, lo cual les impedía participar en el culto[1].
Ésta es la ficha del pobre publicano, un pecador por excelencia y así fue que se presentó en su oración, con transparencia y honestidad, reconociendo su estado pecaminoso y despreciable: “no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ¡‘Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador’¡”.
Dentro de la sociedad, en las instituciones, en la iglesia, en los grupos y movimientos, siguen existiendo los fariseos modernos quienes se creen mejores despreciando a los demás despotricando contra aquellos que no forman parte de su grupo, guetho o de su clan. Menos mal que también están los con humildad y espíritu de sacrificios procuran vivir su fe con coherencia y autenticidad.
Conclusión
La vida consiste en un constante crecimiento y progresivo perfeccionamiento. La plenitud de la perfección no existe en esta vida. Por eso hay que mirar con sospecha las personas, grupo y organizaciones que se consideran mejores, superiores que los demás. En todas las personas hay imperfecciones, e todas las familias hay problemas, en todos los grupos e instituciones existen limitaciones e imperfecciones.
“Muchas veces el afecto del que ruega supera el defecto de la oración”[2], en otras palabras, el amor a Dios hace posible la auténtica oración que capacita al creyente reconocer sus pecados ante un Dios tan grande y misericordioso, esto es el caso del publicano: “les aseguro que éste último volvió a su casa justificado”.
[1] http://homiletica.org/jorgehumberto/jorgehumbertopelaezdXXXtoc.pdf
[2] San Agustín de Hipona
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